11 may 2008

DOMINGO POR LA MAÑANA

Son las 8 de la mañana en el Metro madrileño y a punto estoy de perder el tren que me lleva de Gran Vía a Iglesia.

Un domingo a tan tempranas horas lo único que encuentras en el Metro madrileño es a la juventud de ahora que, como la de antes, se dedica a emborracharse los fines de semana. Unos todavía tienen fuerzas para disfrutar de su embriaguez mientras que otros apenas podrán llegar a la puerta de su casa.

Con estos esforzados bebedores convive la otra fauna de domingo por la mañana, gente pegada a su periódico dominical a la que nadie le va a impedir disfrutar de la gloriosa mañana que Dios o el que estuviera por ahí con dos dedos de frente, dedicó al descanso. Mañana que acabará con unos vermut antes de la paellita.

La verdad es que no sé con cuál de las dos diversiones me quedaría ahora. Penar toda la madrugada hasta acabar borracho y con dificultades para abrir la puerta de casa, y sumar a todo eso las cada vez más temibles resacas o; levantarte, leer el periódico, tomarte una cañita, una tapita, otra cañita, otra tapita, y así hasta que llega la gloriosa hora de la paella. Además, si la paella la hace mi señora tía es algo más que un momento glorioso, es alcanzar el cielo en la tierra.

Decía que estaba a punto de perder el tren que me había de llevar a Iglesia cuando un español muy liberal estaba dedicándose a demostrarle a un pobre negro que dormitaba en su asiento lo hombre y lo español que era. -¡¡¡¿Por qué me miras?. Me estás provocando. Que cuando me miras me provocas y me pongo de mala hostia!!!!.- El sorprendido negro, ni caso. El otro, le agarra, le coge de las solapas de la camiseta, lo levanta y le arrea un guantazo con toda su jeta. Porque sí. Ahí amigo las cosas así porque sí no se hacen que luego pasa lo que pasa. Como a toda persona con sangre en las venas le hubiera pasado, al negro le entro un ataque de ira incontrolable. Ambos se enzarzaron, el español, ya menos gallito, se le encaraba y le decía cosas que se escapaban a mi comprensión. El negro, más inteligente, se quitó de un rápido movimiento la correa con lo que la victoria era suya. No intentaba intimidar el negro sino hacer daño. No seas jodido. Correazo va correazo viene y a todo esto que llegan los agentes del orden, nuestros queridos seguratas. Putas se las vieron para parar al negro. Si lo dejan lo mata y con toda la razón del mundo.

El cabrón del otro pensó por un momento en escaquearse cuando apareció mi heroína matutina. No se de donde salió pero una señora mayor que debía también ir en el vagón tenía una cosa muy clara: el cobarde imbécil que había provocado de la nada una situación tan desagradable no iba a salir impune. La señora se colocó junto a los seguratas e hizo que estos llamarán al figura. Éste, muy chulito él, se tocaba la cabeza llena de sangre y les decía a los seguratas que si les parecía normal que el negro le arreara con una correa.

A todo esto el negro bien sujeto porque si no lo mata, y con razón.

Cada vez que el indeseable hablaba la señora les decía a los de seguridad que había sido el señor imbécil y no el negro el que lo había provocado todo. Gracias a esa señora un usuario del metro que dormitaba en un vagón cualquiera no iba a ser el único culpable de una pelea que el no había provocado ni buscado.

Tres precisiones: ni el negro ni el burraco iban borrachos, los seguratas que tan mala prensa tienen actuaron bien y me dijo una dominicana que había en el vagón que ella conocía muy bien a los hombres de su país y que si esto le pasa a un dominicano ese no sale vivo. Decía la señor: -que país, lo que no pase aquí no pasa en ningún lado, si mi marido esta aquí y ve que le hacen esto a un inmigrante se mete ahí y lo mata.-

Da para pensar.

Ah y esto no es fruto de mi calenturienta imaginación sino de madrugar los domingos, viajar en Metro y vivir en una ciudad de más de un millón de cadáveres.

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