27 abr 2011

La Rue de la Convention y las trampas de Occidente











La Rue de la Convention es una calle como otra cualquiera. Sita al sur de París, nada tiene que envidiar a las estradas de las más ilustres urbes europeas, Londres, Berlín, Roma o Madrid. Un mosaico de inveterados rompesuelas pateando a diario sus callejas y asfaltos; esquivando sus trampas, salientes, bordillos, recovecos, surcos, vaivenes y peligrosas hondonadas. Una calle, como otra cualquiera; con sus secretos, sus silencios, sus trifulcas, sus riñas, sus jácaras, sus tumultos, sus lóbregos inviernos, sus atardeceres y sus anocheceres. Durante tres días a la semana, la Rue de la Convention se viste de gala y acoge un vivaracho mercadillo ambulante en donde al alborozo y trasiego de vendedores, buhoneros y chamarileros, se une el serpenteante ajetreo de una turbamulta hacinándose frente a los puestos y tenderetes en los que exhiben todo tipo de mercancías que no hacen, sino llamar la atención de los transeúntes y provocar molestas aglomeraciones para enojo de apresurados viandantes sorteando malhumoradamente los escollos humanos que se interponen en su camino. A pesar de estos tres días de agitación mercantil, la Rue de la Convention no se cuenta entre las calles más animadas de París, si bien es cierto que, tras la caída del sol, las terrazas de sus entrañables cafeterías se abarrotan con todo tipo de gentes, edades y colores rematando la jornada en compañía de jugosas conversaciones o de ilustrativas lecturas al amparo de una ronroneante soledad.




Las mañanas de la Rue de la Convention son, por lo general, tranquilas y ordinarias. Los padres, encargados de depositar a sus vástagos en los liceos, colegios e institutos enfilan la calle en ambas direcciones y estacionan desordenadamente sus automóviles frente a los edificios de las respectivas instituciones educativas mientras arengan a sus hijos desde el vehículo en marcha, antes de esfumarse a toda prisa calle abajo o calle arriba. A menudo, el conductor de autobuses, que contiende estoicamente con las vertiginosas maniobras de estos mismos padres lanzados a la aventura del volante, bloquea la circulación, a causa de tanto ir y venir de automovilistas, desencadenando las iras de todos cuanto padecen las molestias de tan inesperado embotellamiento matutino. Entonces, una estridente cacofonía de cláxones y bocinazos llena de confusión la Rue de la Convention durante algunos instantes. Tras estos momentos de suspendida y quebrada desarmonía, todo recobra su flema habitual.




Al mediodía, panaderías y restaurantes toman el relevo de mercados y cafeterías amparando a toda una hambrienta oleada humana que aprovecha las horas de asueto laboral para echarse algo al estómago. A la entrada de las panaderías con más reclamo se apelotonan los clientes formando, en ocasiones, largas y tumultuosas colas de famélicos empleados a la búsqueda de su ración alimenticia diaria. Con el estomago lleno y el buche bien repleto, los empleados retoman sus puestos de trabajo y todo vuelve otra vez a su aparente tranquilidad. Pero tan sólo aparente, porque nunca faltan aquéllos que a rebufo de una pausa, unas merecidas vacaciones o simplemente disfrutando del consabido día de reposo, se aventuran entre la encrucijada de comercios y supermercados que despuntan a lo largo de la calle y confeccionan una atractiva ringlera de escaparates adornados con toda clase de baratijas, vestimentas, oropeles, complementos, bisutería, calzados e via dicendo. Hombres, niños y mujeres dando rienda suelta al voluptuoso y aguijoneador apetito de la liturgia consumista. Desperdigados en todas direcciones, cruzan la calzada en tantas ocasiones como lo requiera el vislumbre de llamativos escaparates y tornasoladas vidrieras en donde se exponen coloridas prendas y toda clase de productos, comestibles o mercachifles. Desde las sedas del lejano Oriente hasta la mostaza de la cercana Dijon, todo encuentra su lugar natural en los comercios de la Rue de la Convention. Al rumoroso bulle-bulle de la Rue de la Convention se une el embrollado brujuleo de unos cuantos cazadores de “gangas” a la búsqueda de su codiciado vellón de oro. Todo esto junto con el acompasado oscilamiento y retintín de sus bolsitas de plástico o cartulina.




Pero, la Rue de la Convention, también guarda sus secretos. Todas las mañanas cuando los padres abandonan a sus hijos a la entrada de liceos, colegios o institutos y las bocas del metro escupen esporádicamente puñados de biencalzados individuos, en cada una de sus esquinas y recovecos, nos topamos con tullidos, indigentes, mendigos o improvisados músicos con sus violines desafinados y sus sombreros roídos. Los embobados viandantes parecen ignorarlo todo y tras echar mano del celular, apartar el rostro o amagar la vista hacia otro punto cardinal, pasan a su lado escuchando el silbo desvalido de estos “invisibles” moradores, que demandan, alargando los brazos y mostrando sus botecitos de plástico, una moneda, un ticket de restaurante o en suma, un simple cigarrillo. En estos tiempos de cinturones apretados, sacrificios y crisis financieras, la caridad se ha vuelto asunto de improbable factura. A veces, estos moradores “invisibles” de la Rue de la Convention se dan cita en los bancos de madera desteñidos que coronan las aceras y alrededor de cantos, chanzas y pláticas descoyuntadas, abordan a los medrosos transeúntes. También menudean los altercados, pero, en general, tras la embriaguez de esta reunión semi-clandestina, “los invisibles” se dispersan, para cobijarse, cuando cae la noche, arropados entre los montones de cartones apilados en el suelo del metro o de alguna entidad bancaria. Con todo, los no-invitados al Gran Banquete, conjugan el ritmo de su vida al ciclo de las estaciones y se dejan ver con mucha más frecuencia una vez llegan los primeros ardores primaverales. En esta época, el orden establecido en el próspero Occidente parece diluirse y entre las junturas de la Gran Fachada del sueño europeo reaparecen las grietas mil veces disimuladas.




Algunas tardes, una treintena de personas, envueltas en plásticos, foulards y una especie de mascarilla sanitaria recubriéndole la mitad del rostro, se arremolinan de esta guisa frente a la puerta trasera de un supermercado Carrefour. Cuando abren las enormes compuertas y los empleados atraviesan el umbral empujando sendos contenedores repletos de los despojos, comestibles y alimentos caducados o simplemente estropeados, el grupo de encapuchados se lanza literalmente de cabeza en los contenedores. Escarban entre mugre, desperdicios y toda clase de alimentos putrefactos. Un hedor insoportable se propaga a lo largo de la Rue de la Convention y los escolares uniformados, acompañados de amigos y familiares a la salida del Liceo, contemplan pensativos la dantesca escena. Seguramente nadie les habrá comentado en la escuela que en el próspero Occidente el hambre sigue haciendo estragos entre sus no tan privilegiados ciudadanos, ahogados por créditos e hipotéticas, y por los cuales, muchos se ven obligados, a buscar el sustento revolviendo los cubos y contenedores de basura. La escena, aunque mucho menos sórdida, también se repite los días de mercado, cuando los tratantes de verdura y vendedores de alimentos se disponen a levantar sus negocios, dejando de lado los productos inservibles. Estos mismos enmascarados, desperdigados a lo largo y ancho de la calle, se adelantan a los servicios de limpieza e inspeccionan minuciosamente los productos depositados sobre el asfalto. Los ciudadanos de a pie, demasiado acostumbrados a las frecuentes batidas de estos otros cazadores, no de “gangas” sino de “alimentos”, los observan impetérritos y sin la más mínima mueca de condolencia en sus rostros.




Sin embargo, la aparición de estos otros moradores de la ciudad, - que, por desgracia, no acudirán al desposorio del principe William- difumina la pulida y aseada imagen del próspero Occidente. Los polos del discurso democrático, del discurso oficial, parecen invertirse en una aviesa pirueta fabuladora de alguna trasnochada imaginación. Entre el vivaracho ajetreo de la Rue de la Convention – una calle como otra cualquiera- saltan a la vista las sombras, claroscuros y secretos velados por la mendaz y zahorí retórica de todo discurso oficial que se propone amoldar la compleja realidad a las supuestas verdades dimanadas de sus consignas o dictados. Todo el aparatoso armatoste ideológico urdido por los gurús del neoliberalismo y sus epígonos, tanto europeos como asiáticos y americanos, se cae por su propio peso cuando contemplamos el mundo sin las anteojeras del discurso oficial o tan sólo atravesamos la Rue de la Convention una mañana de abril.




Quizás el mejor remedio contra la parodia de este mundo oficiosamente desquiciado, no sea, sino tomárselo todo a guasa, porque, como bien sucede cada viernes por la tarde, un desconocido cruza de un extremo al otro la Rue de la Convention y en voz alta va propalando un canoro “uhhhhhhhhh”. Cuando se le pregunta, siempre ofrece la misma repuesta: Bons vacances! Ya sea otoño, invierno, primavera o verano aquél no dudará en desearnos unas estupendas vacaciones, porque en su universo particular todas las mañanas del mundo son el inicio de las deseadas vacaciones que, para los biencalzados moradores de la Rue de la Convention, representan el colofón de un año coronado con este merecido reposo. Y después, todo volverá de nuevo a la normalidad. Occidente dormirá, bien arropado y tributando regocijo, entre pulcras sábanas de franela oriental mientras los íncubos y súcubos de la Rue de la Convention abrazarán, otra vez, sus apelmazados cartones para cobijarse del frío, el calor, la humedad y las incomodidades del duro asfalto en las insalubres galerías del metro o en el interior de una caritativa sucursal bancaria.

22 abr 2011

Silvio Berlusconi: ese entrañable amigo

La amigita de Berlusconi, Raisa Skorikina, también hace sus pinitios en la televisión estatal de la Santa Rusia (http://www.1tv.ru/sprojects_edition/si5685/fi8723) para lavar la imagen del Primer Ministro Italiano tras sus útlimos escándalos sexuales....porque como glosa nuestra simpática amiga rusa, la campaña urdida para mancillar la imagen de Berlusconi es una trampa tendida por "los comunistas"...¿algo más que añadir?





18 abr 2011

¿Universidad y milagros?


Meses atrás, exactamente el 14 de febrero, salía a la luz un artículo a cargo del señor rector de la Universidad Carlos III de Madrid, Daniel Peña, publicado en el País e intitulado La calidad de las universidades y los milagros. En el tal, el señor Peña nos advertía sobre las carencias e insuficiencias económicas de las universidades españolas a la hora de proyectarse y competir en pie de igualdad con algunas de las más prestigiosas universidades internacionales. Allende lo estipulado en el artículo, bien es cierto que las universidades sitas en territorio español saldrían muy malparadas del elenco recogido por el prestigioso hebdomadario Times Higher Education sobre las doscientas universidades más destacadas del planeta. Según el informe elaborado el pasado mes de septiembre, - que pondría el grito en el cielo de buena parte de la opinión pública francesa y su Gobierno, al constatar como la primera universidad francesa no aparecía sino en el trigésimo noveno puesto de la clasificación- las dos únicas universidades españolas que integran el conjunto de las doscientas universidades internacionalmente más prestigiosas son la Universidad de Barcelona en el puesto 142 y la universidad Pompeu Fabra en el puesto 155. La reacción acaecida en Francia ante semejante listado universitario, y su casi inadvertida repercusión en España, deja entrever, entre otras cosas, el agravio padecido en una Francia que, aunque comandada por las arremetidas de Nicolas Sarkozy, estima y confiere un enorme valor a la calidad y formación educativa de sus vástagos. Todo lo contrario de España. El desafecto y apatía de nuestros gobernantes más ocupados en sacarse los colores durante las sesiones parlamentarias, contrasta llamativamente con la actitud gabacha.

En cuanto a los resultados destilados de la mentada clasificación, no cabe duda de que la alma mater y la educación española andan sumidas en una severa y astringente depauperación moral e intelectual avalada por las recurrentes e inicuas reformas de la Educación que como reza el proverbio francés, ça plus change, plus c’est la même chose. Reformas inútiles, concebidas para modificar cada dos por tres los planes de estudios y marear así, tanto a la perdiz como a docentes y discentes, sin atajar las raíces del problema. España no necesita más reformas, sino más bien la poda, desinfección y barbecho de todo un sistema educativo incapaz de competir con los otros modelos de sus vecinos europeos. Para certificar esta asunción tan sólo bastaría recabar la imagen refractada por el estudiantado español sobre el resto de países europeos o recorrer las bibliotecas más prestigiosas de Europa para cerciorarse de la cantidad de tomos y volúmenes rubricados por profesores, docentes y catedráticos asentados en universidades españolas. Digo asentados en universidades españolas, porque España no carece de loables ejemplos de estudiosos de calado internacional en sus respectivos dominios – tales como Francisco Márquez Villanueva o Manuel Castells- que, desgraciadamente, se han visto obligados a emigrar a otras latitudes para emprender y desarrollar su labor académica con suficientes garantías y perspectivas de futuro, dado el carácter “endogámico” y “clientelista” de muchas universidades españolas en donde se premia mucho más la fidelidad al canon ideológico de un departamento y el apego a los regidores del saber oficial, que la valía y atrevimiento del docente más preocupado en llevar adelante su trabajo académico que atareado en hacerse un hueco a codazo limpio en el asfixiante mundillo universitario español. Puesto que, como ha señalado Juan Goytisolo en muchas ocasiones a lo largo de su dilatada y esclarecedora carrera intelectual,

…Aquí también el saber desinteresado es empresa quijotesca: el ataque pluma en ristre contra los molinos de viento de una supuesta verdad protegida por la ley del silencio castiga al investigador temerario. Los que doblan prudentemente el espinazo, ascienden difícilmente en el escalafón…el favoritismo y espíritu de clan dominan aún en algunas facultades, como en la época de la dictadura. La transición política que cambió el rumbo de nuestra sociedad no ha sido acompañada, sino en sus aspectos más superficiales y mediáticos

Alejada de la mundanal algarada departamental, la flor y nata de la intelectualidad española se debate entre el frufrú y bullebulle de las tertulias televisivas animadas por el cacareo de tanta lumbrera ibérica y el ninguneo de un gremio departamental travestido en discente de mañana y burócrata de noche, esperando obtener el trofeo, gloria y albricias de su inminente nombradía como “jefe del departamento” vicedecano o decano a tiempo completo. Todo esto, para acabar finalmente optando por la decisión más dolorosa, aunque honrosa y, a la postre, más propicia a sus intereses académicos: la emigración forzada.

La corrección del anquilosado entramado educativo español junto con los problemas concomitantes de las instituciones universitarias, pasaría ante todo por una reforma global, encaminada a remodelar los valores de una sociedad demasiado impregnada del tumefacto y constreñido ambiente que rezuman las instituciones del país. La reforma es del todo necesaria, porque la fortaleza y vitalidad de un país no puede ni podrá nunca mesurarse a través de los mendaces índices del P.I.B. que no traducen más que un bonito baile de cifras sin ofrecernos una imagen real de la situación social. La educación de calidad es un deber, así como una necesidad irrefragable de todo estado en su búsqueda y vertebración de un modelo social dónde se aúnen la riqueza y el bienestar. Todo tejido social se refuerza, en gran medida, gracias a una formación educativa con la que se insemina al ciudadano de todas las dotes y cualidades necesarias para afrontar con garantías los escollos del mundo moderno, al tiempo que fomenta y asegura el futuro de la sociedad. Como ya escribiese Angel Ganivet, salvadas todas las distancias, en su Idearium español,

…Las universidades, como el Estado, como los Municipios, son organismos vacíos; no son malos en sí, ni hay que cambiarlos; no hay que romper la máquina: lo que hay que hacer es echarle ideas para que no ande en seco. Para romper algo, rompamos el universal artificio en que vivimos, esperándolo todo de fuera y dando a la actividad una forma exterior también; y luego transformaremos la charlatanería en pensamientos sanos y útiles, y el combate externo que destruye en combate interno que crea. Así es, como se trabaja para fortalecer los poderes públicos, y así como se reforman las instituciones…


La mejor inversión de futuro reside, pues, en el binomio modelado entre educación y bienestar, por mucho que los nuevos gurús del neoliberalismo se empeñen en ocultar, negar y revocar a medida que su dudosa noción de la libertad individual se impone a golpe de crisis y recortes sociales.

Volvamos la cabeza hacia el sistema socialdemócrata adoptado en los países nórdicos que durante muchos años, y a diferencia de la gran mayoría de países occidentales, centraron su modelo de desarrollo en la promoción y mejora de una educación de calidad. A día de hoy esta franja de países nórdicos gozan de un enorme prestigio internacional y sus universidades, pioneras en muchas ramas del saber, ocupan siempre un lugar de excelencia en cualquier clasificación sobre la calidad de la enseñanza universitaria – sin traer a colación su elevado nivel de vida muy por encima de la media española ¿A qué se debe todo esto? Sin entrar en farragosos pormenores, estimemos que todos estos países apostaron por el fomento y calidad de un modelo educativo del cual ahora recogen sus preciados frutos. En efecto, la apuesta por la educación es una apuesta a largo plazo dónde no tienen cabida los criterios de la racionalidad económica y utilitarista empeñados en obtener resultados inmediatos. Por dicha razón, el bienestar se asienta sobre una lógica a largo plazo y alejada de toda racionalidad mercantilista, utilitarista y pragmática. Una lógica del bienestar encarnada con la finalidad de llevar acabo una decidida apuesta por el futuro de una sociedad a través de una esforzada inversión en la educación de calidad. Teniendo, pues, esto muy en cuenta, no cabe sino declarar que sin este andamiaje, sin este prurito educativo absolutamente necesario para conformar el armazón cultural de toda sociedad humana y dar pie a una producción del saber que repercuta a favor de todos, una comunidad carecerá del fundamento o pilar básico que ni con todo el dinero de las Indias podrá adquirir.

Así, el señor Peña, justifica la pésima situación de las universidades españolas esgrimiendo como principal argumento, los menguados presupuestos con los que cuenta la alma mater en comparación con otras universidades del ámbito internacional. Pero los problemas de la universidad española no se esfumarán de un plumazo a sazón de un aumento o incremento de sus presupuestos, porque los graves problemas que la afectan se entroncan dentro del no menos desastroso marco de la educación española plasmada en los abrumadores resultados de los últimos informes PISA.

El milagro sería entonces todo lo contrario: que las carencias del sistema educativo español acumuladas durante tantos años de indigencia intelectual desapareciesen definitivamente con un simple incremento de los presupuestos manejados por las universidades, porque según estima el señor Peña con los actuales “es como aspirar a que con mejores camisetas un equipo de fútbol con ingresos de Tercera División gane la Champions, y no un año, sino habitualmente” Si la mediocridad, doblez y atonía intelectual del mundillo intelectual español pudiesen parangonarse con las camisetas o magliette de una escuadra de balompié, no habría por qué alarmarse habida cuenta que una buena campaña podría acarrear la ascensión del equipo a una división superior y salvar de este modo la temporada más allá de la supuesta calidad de la indumentaria. Pero en nuestro caso ocurre todo lo contrario. Las buenas temporadas o los golpes de la fortuna no son factores a tener en cuenta cuando abordamos el ente universitario. Si dada la situación actual, cada departamento y facultad cuenta con sus publicaciones y proyectos de investigación de poca o ninguna trascendencia, subvencionados en parte por el erario público, dudo mucho que aumentado el presupuesto de las universidades se consiga hacerlas despegar hasta que, al menos, una de ellas, descolle entre las cincuenta primeras universidades del orbe. Falta lo más importante: el material humano y mucho me temo que el aumento presupuestario traería aparejado un efecto del todo contrario al esperado. El anhelado incremento no haría sino multiplicar por dos, la casi nula labor docente y erudita de la alma mater porque en lugar de Fulanito y Mengantio formando parte del personal o el Consejo de Investigación de un departamento, tendremos también que contar con Zutanito – conocido de antemano por Fulanito y Menganito- pues, el aumento presupuestario nos permitiría recabarlo e incorporarlo a nuestro equipo. Visto lo visto, más valdría entonces incentivar la influencia internacional de la universidad española extirpando el cogollo del problema, sin andarse por las ramas achacando el atraso español, en materias de índole intelectual, a una simple y llana cuestión de economía doméstica. No todos los problemas se reducen a lo económico y en este caso concreto me da en la nariz que se necesitará algo más que la modificación al alza de las partidas presupuestarias destinadas a las universidades españolas para erradicar el problema, porque, como alguien dijo alguna vez, para pasar de la “cantidad” a la “cualidad”, no basta con un incremento de la cantidad: hace falta algo más y ese “algo más” pasa por una transformación substancial del sistema educativo español.

Ecos Urbanos: ¡Viva la República!

Ecos Urbanos grabado de guerrilla en el césped de la Universidad Miguel Hernández de Elche con motivo de la celebración de la Semana Sostenible. Hablamos con Maria Herrero, de la Oficina Ambiental de la UMH, para que nos cuente en qué consiste este evento que se lleva a cabo desde el año 2007. Y charlamos con el profesor de Antropología Social y Política Antonio Miguel Nogués sobre Bolonia, la crisis, las revueltas en los países árabes, Yuri Gagarin y, cómo no, el 80 aniversario de la proclamación de la II República.


13 abr 2011

11 abr 2011

Ecos Urbanos 11-04-2011

Esta semana, en Ecos Urbanos, repasamos los últimos acontecimientos en Siria y Libia; la crisis nuclear en Japón; la enésima ofensiva de Israel sobre la franja de Gaza; el "rescate" de Portugal a manos del FMI y sus gángsters; el conflicto armado en Costa de Marfil y algunas cosas más... ¡Que aproveche!


¿Dónde está la Juventud sin Futuro?

Sin duda alguna, España no es un país como otro cualquiera. Al cabo de su historia, numerosos serían aquellos que, acuciados por un insaciable espíritu de aventuras, acudirían prestos a recorrer cada uno de los rincones de esta tierra única en toda Europa. Una tierra de pícaros, bufones, cortesanas, meninas, saltimbanquis, trovadores, tahúres, buhoneros, doncellas, donjuanes, truhanes, malandrines, bandoleros, hidalgos, santurrones, peregrinos y escuderos, donde sus gentes, su clima, folclore, exotismo y arraigadas tradiciones han merecido durante algún tiempo la estima y admiración de audaces vagamundos tratando de emular cada una de las hazañas del incombustible Don Quijote de la Mancha. Desde los caballeros andantes encomendados al honor de sus hermosas señoras, hasta escritores tales como Brenan, Mérimée o Montherlant, todos se han rendido ante la belleza persuasiva de aquella su pintoresca geografía y han experimentado ese desatado entusiasmo destilado del fondo arcaico de una tierra forjada con las huellas que sus innúmeros peregrinos han grabado en la memoria colectiva de sus moradores. Pero España no sólo ha despertado el entusiasmo, sino también la sorpresa y admiración de toda Europa, al comprobar los sacrificios y penitencias de sus gentes a despecho de los repetidos devaneos de políticos y gobernantes desalmados, haciendo de España un desaliñado berenjenal donde el ciudadano se desangra a base de impuestos abusivos, salarios irrisorios y el terrorismo encubierto de los bancos. Todo lo cual se acompaña, para mayor escarnio, de la paulatina degradación de una casta política salpicada por continuos escándalos de corrupción, cohecho y prevaricación.

La guinda del Gran Tinglado Español, reside, sin embargo, en el palpable descontento de una juventud que asiste a este bochornoso espectáculo llevándose las manos a la cabeza – y otras partes menos nobles- en un comedido gesto de hartazgo y desafecto. No es ningún secreto que España se encuentra sumida en una profunda crisis tanto económica como moral y social, la cual, se ha llevado por delante el futuro de muchos individuos y familias. Además, la crisis, se ha ensañado especialmente con la porción más bisoña de la sociedad española y más aún se cebará en años sucesivos, según todas las previsiones, con la que se ha dado en llamar la “generación española mejor preparada de los últimos veinticinco años”. Una generación embebida, empapada de cosmopolitismo, excelente conocedora de otras culturas e idiomas, cuya tan alabada madurez y prurito intelectual se vería claramente reflejado el pasado jueves 7 de abril en su tímida afluencia a la manifestación convocada en Madrid a cargo del movimiento “Jóvenes sin Futuro”. Una cifra de asistencia a la manifestación que no valdría ni tan siquiera mentar porque traería inmediatamente aparejada la chanza, burla e indignación: entre dos mil y cuatro mil participantes según las consabidas y dispares estimaciones de la Policía Nacional y los organizadores del acto.

Quizás, al igual que en la vetusta tierra castellana de Don Quijote, en esta España de la insana democracia bipartidista, todo sea el producto de quimeras, embaucamientos y añagazas recreadas gracias a los abracadabrescos manejos de rumbosos merlines y astutos encantadores que nos han infundado ladina e intencionadamente la mendaz creencia en una crisis galopante, que cuanto más, está afectando y afectará a nuestra juventud. Tal vez, todo sea el producto distorsionado de una ilusión porque nada de otro género explicaría la escasa implicación de la “juventud sin futuro” en la manifestación del pasado jueves 7 de abril. Si con tal trampantojo pudiésemos explicar la remolona e incomprensible actitud de una juventud constreñida a padecer los aciagos designios de un negro porvenir, entonces no cabría sino guardar silencio y alabar su tan sabia y acertada decisión de permanecer en sus lechos, bien recogiditos entre sábanas de algodón y franela, mientras unos cuantos locos y atrevidos salían a la calles de Madrid, para tratar de pedir cuentas al Maligno Hechicero Gubernamental. Con todo, parece que más allá de genios malignos y torticeros encantadores, la realidad española no tiene nada que ver con la zascandil voluntad de un malhadado hechicero. Aquellos que valientemente se echaron a rodar por la calles de la madrileña Atocha, estaban perfectamente en sus cabales, sabedores de la enorme importancia de semejante insubordinación juvenil, a la hora de hacer llegar sus protestas y reivindicaciones la opinión internacional y la sociedad española en su conjunto ¿Quién sabría pronosticar lo sucedido si aquella dichosa mañana doscientos mil jóvenes nos hubieran mostrado su enconado malestar plantados ante las puertas del Congreso de los Diputados? Esto nunca lo llegaremos a saber con certeza, porque la tan preparada juventud española, considera de mucha mayor enjundia para sus inmediatas perspectivas de futuro, salir en masa a la calle con la intención de rendir tributo a la añorada Selección Nacional tras su memorable proeza sudafricana. Si ni tan siquiera la mitad del brío, fuerza, coraje y vitalidad de aquella enfervorecida “marea roja” clamando el nombre de sus héroes, hubiera restallado el pasado jueves en Madrid, la aparición sobre el pizpireto proscenio político de la “juventud sin futuro”, habría ocupado la primera plana de muchos periódicos e informativos y dado que pensar al Gobierno y la sociedad en su conjunto.

Pero semejantes tragaderas, adocenamiento y espíritu lacayuno de la juventud española, dice mucho acerca de su “modélica” y “aventajada” formación que contrasta irremisiblemente con los continuos agasajos de padres, institutores y pedagogos halagando las virtudes de una generación condenada a portar en sus espaldas la pesada carga de un incierto porvenir, cercenado gracias a la nefasta gestión de Gobierno y Oposición. Es por tanto harto paradójico. Algo que ni el más avezado sociólogo podría iluminar ¿dónde está esa Juventud sin Futuro? Aquella rumorea en las entrevistas televisas, murmura en los corrillos de amigos, zurrea en los bares, bisbisea en cada esquina, bate las palmas y remueve Roma con Santiago para darnos a entender que anda sumida en una situación desperada, pero, cuando llega la hora de la verdad y las habladurías deberían hacerse realidad, todo vuelve a la calma chicha de siempre, el Sol se eleva como cada mañana por los balcones de Oriente, la naturaleza de las cosas sigue su curso implacable hacia un incierto futuro y la juventud se regocijará, como en tantas otras ocasiones, entre las luengas haldas de su apático conformismo, mientras los medios de comunicación publican las cifras oficiales de la manifestación que no harán sino arrancar un “bendita juventud” y algunas sonrisas de conmiseración a los de siempre.

Después de todo el bombo y platillo desplegado desde el movimiento “Juventud sin Futuro” en la llamada a la defraudada movilización juvenil, la plana mayor del Gobierno y la Oposición se sentirán mucho más reconfortados habiendo sido testigos de cómo la última prueba de fuego de la “generación española mejor preparada de los últimos veinticinco años” le ha salido a pedir de boca. Todo se dispone conforme a los designios de Gobierno y Oposición. Sin las movilizaciones de una inexistente clase trabajadora, con unos sindicatos firmemente controlados comiendo de la mano que les da de comer y una desvencijada juventud más preocupada en acudir religiosamente a las aulas y acatar con resignada benevolencia las socaliñas y triquiñuelas del estamento político, el Gobierno y la Oposición han superado el último escollo que les faltaba para campar a su anchas por el Parlamento e imponer y dar rienda suelta a los caprichos de su antojadiza voluntad.

Tras lo acaecido el pasado jueves en Madrid, ya no cabría más que plegar sumisamente los labios dando cumplida cuenta de que cada uno tiene lo que bien se merece porque cada uno es artífice de su ventura. España merece, por un lado, el pampaneo y cencerruna desenvoltura de una sociedad danzando al son de unos recortes sociales vergonzosos, dictados por la voracidad de los mercados financieros, mientras, por el otro flanco, hace acopio de mucho estómago estimando el dichoso entretenimiento de contemplar casi a diario la grotesca narizota de una “princesa del pueblo” desfilando por los plató televisivos de toda la península. España tiene lo que ella misma se ha forjado, porque en el humillado silencio de toda una sociedad se trasluce la aceptación tácita y reverencial del orden social impuesto desde arriba. En España todo el mundo tiene algo que decir, en especial la juventud. Despotricar contra Gobierno y Oposición se ha convertido en ocioso pasatiempo nacional, pero cuando llega la hora de la verdad las temidas agallas ibéricas se trastocan en las trágalas y canguelo del pavoroso Sancho Panza. España tiene, pues, lo que se merece, aunque tras la cura de humildad del pasado jueves, cabría, al menos, que alguien se indignase supinamente en este país, dado el cariz que han tomado las recientes medidas de austeridad adoptadas por el Gobierno y una Oposición ansiosa de hacerse cuanto antes con las riendas del Estado. Pero ante todo tomémoslo con la calma y sosiego que siempre nos ha acompañado. Ahora llega la Semana Santa y durante este período de recogimiento y recato espiritual, esperemos que la juventud española dedique gran parte de su tiempo a meditar mucho más calma y detenidamente sobre su inmediato porvenir en esta España donde pululan malandrines, santurrones y, sobretodo, astutos encantadores, antes de de que la fuerza se le vaya demasiado por la boca y las acciones no vayan a la zaga de sus palabras y reclamos.

4 abr 2011

Ecos Urbanos 03-04-2011

Primer Ecos Urbanos del mes de Abril. La guerra en Libia y los enfrentamientos en Siria nos llevan a reflexionar sobre la manipulación informativa y la diversas formas de medir el respeto a los derechos humanos, utilizando también como ejemplos, Colombia y Cuba. El principio del mes de Abril y el estreno del documental "Nos quitaron todo" de Patxi Egilaz nos hacen recordar a los vencidos por la historia. Para acabar entrevistamos a Andreu, de Rumbo a Gaza, Elx.


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