14 abr 2013

Andreu Nin


Andreu Nin fue una de las figuras más relevantes de la izquierda revolucionaria española en el primer tercio del siglo XX. El 14 de Enero de 1930 dió a conocer unas reflexiones acerca de la crisis que el pronunciamiento de las juntas de defensa del ejército dirigidas por Miguel Primo de Rivera supuso para la monarquía; Alfonso XIII era regente.
Andreu Nin se servía de las teorías de “la lutte de classes”, el marxismo y el leninismo para organizar la lucha política en nuestro país. Concordando con su análisis podemos decir que la situación social de España era de crisis permanente en cada uno de sus aspectos. Primo de Rivera había conseguido el respaldo de su ejército para tomar un poder que la monarquía cedería provisionalmente. Las instituciones del estado eran inservibles debido al período conocido en España como “Restauración borbónica”, cuando el bipartidismo causó mayoritaria presencia del político y funcionario parásito, destructor del progreso, impedimenta para el trabajador, óbice para la inteligencia y propagador de hastío y enojo en las relaciones sociales, además la crisis de la economía era la realidad en 1930.
Parece ser que los distintos grupos sociales tuvieron motivos para permanecer a la espectativa en el proceso que llevó a Primo de Rivera al poder. Los industriales catalanes fueron los primeros en dar apoyo público al dictador, el miedo a la clase obrera escudado en la lucha contra grupos terroristas que se dirigían de forma corrupta eran el motivo de su apoyo. Los propietarios latifundistas que poseían vastas porciones del estado eran una inagotable fuente de podredumbre, sus estilos de vida anquilosados les hacía luchar enérgicamente por no reformar en lo más mínimo un sistema de producción basado en no pensar acerca de la optimización de la fuerza del trabajo y la introducción de aperos que posibilitaran nuevas formas de explotación agrícola. En España no había sucedido ninguna revolución burguesa, los movimientos estudiantiles actuaban débil y perentoriamente y por consiguiente, la pequeña burguesía urbana era una clase amorfa. La situación de los movimientos obreros era de derrota. Tal y como afirma el propio Andreu Nin, la clase obrera estaba agotada tras un largo período de luchas en la que todo el peso de la capacidad del Estado para usar de la violencia había caído sobre ellos.
La cuestión acerca de la cual me tomo la libertad de divagar es la concerniente al establecimiento del equilibrio de poder en la cultura política española. El autor argumenta elocuentemente en favor de considerar la ascensión de Primo de Rivera como “un simple pronunciamiento”, y en afirmar que fue posible a causa de “la impotencia de las organizaciones obreras, en la ausencia de grupos políticos organizados […] en la apatía general del país...” Lo fundamental de este tipo de situaciones de grave crisis en España estriba en que aún todavía los distintos sectores con peso social mencionados, perjudicados por la crisis, prefieren mantener el orden establecido y esperar de forma pasiva a que la ruina le toque al vecino pero no a ellos.
De este modo las salidas políticas de aquella asfixiante situación se presentaban como un cálculo de probabilidades bien cerrado a las voluntades y retenes de los distintos sectores de poder: Una propuesta pacífica para la época hubiera sido un pacto entre, latifundistas, industriales, ejército y corona, que diera cierto margen al partido socialista y una carta de derechos a las clases pobres que les llevara al acomodo y al cese de la lucha de clases.
Frente a esto, Andreu Nin defendía la salida de la revolución social que vino parcialmente con la República (1931) de la que hoy conmemoramos su octuagésimo segundo aniversario y una revolución fascista (1936) llevada a cabo con éxito y que fue capaz de aplazar los problemas mediante la violencia. Tras cuarenta años de dictadura finalmente llegamos a eso que llamamos transición, cuando se volvieron a jugar las cartas y los sectores del poder económico más la monarquía y el ejército dieron un acuerdo que a los socialistas gustó en demasía y el juego de la democracia tornó a sus antiguas formas propias del estado español, para así devolvernos a nuestro estado de crisis y decadencia del que muchos dirán que nunca debimos salir.

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