19 ene 2009

RELATO EN CADENA (ACTUALIZADO)

A ver, la historia de momento estaría así, he cambiado alguna cosa (prácticamente nada, pero ahora hay más o menos continuidad, leedla y continuamos):


-“No lo estás haciendo bien S.”.

-“Yo sólo te digo que tenía que solucionar esto y eso he hecho”. S. se levantó del sofá, se despidió educadamente de H., amagó las piernas y bajó el tronco, en señal de reverencia hacia la señora M., y se dirigió hacia la puerta de salida.

Antes de que S. hubiera abandonado el domicilio H. no perdió la oportunidad de dar un último aviso a su amigo.

- “No siempre te puedes salir con la tuya S., tienes que entender...”. Antes de que H. tuviera tiempo de argumentar su réplica la puerta se había cerrado y S. había abandonado el domicilio.

"Una cosa estaba clara para S. y era que H. había sido siempre el típico "murguero" al que le gusta decir cómo se deben hacer las cosas y dar lecciones de cómo vivir. Ya eran muchos años como amigos y S. apreciaba a H. pero no soportaba cuando lo machacaba una y otra vez por sus errores, y más aún delante de la señora M.
S. salió del domicilio y abandonó el edificio sin poder quitarse de la cabeza las palabras de H. Así, de repente se le ocurrió una idea..."

S., reflexionando aún sobre las palabras de H., no se había percatado de que la lluvia había empapado todo su cuerpo. En un momento de indecisión S. opto por volver al 3ºG Y coger un paraguas. H. atónito por el sonido del timbre (pues no esperaba a nadie más en ese momento) hizo un amago de levantarse cuando en ese momento la señora M. ya había deslizado el pasador de la puerta. Ambos estaban a punto de entrecruzar otra vez las miradas.

¿Qué coño estás haciendo otra vez en mi casa?"-dijo H. a S. sin ni siquiera mirar a su mujer-
-"Mejor te lo explico donde Jose, tranquilo no se me ocurriría liarme con tu mujer".
-"Entonces es peor de lo que me imaginaba"
S. y H. siguieron andando hacia su bar de cabecera. Cuando atravesaban la avenida principal de la ciudad tuvieron que esquivar a unos cincuenta manifestantes que sin reparar en la lluvia pedían la paz en Palestina y de rebote en Irak y Afganistán.

-"Vaya panda de guarros e ignorantes"-pensó S.-

- "Si no fuesen realmente inofensivos habría que vigilarlos"-dijo con desagrado H.-

En la puerta del bar, un establecimiento de aspecto decrépito y regentado por un ex-anarquista y ex-espía de la CIA, S. pensó que seguía prefiriendo los menús abundantes y populares de este bar de obreros a las exiguas exquisiteces de los restaurantes donde últimamente lo llevaba H. para dar forma a sus negocios.
Los pocos viejos semi-alcoholizados que había a esas horas de la mañana acodados en la barra los saludaron sin levantar la cabeza y probablemente mascullando mentalmente algún insulto contra ellos.
-"Jose ponte dos cañas y unas marineras que esta mañana tenemos prisa".

La suave textura de la ensaladilla y el sabor intenso del boquerón en vinagre despertaron la memoria de S. y por un momento se vio en una bicicleta destartalada llegando a una playa desierta, llena de juncos. En el agua, tranquila como un plato de sopa, se reflejaba la luz anaranjada de un sol que nacía con fuerza veraniega y sobre uno de los pequeños botes de pescadores reconoció a su padre recogiendo las redes.

En ese mismo instante, el sonido del celular lo trajo otra vez a la realidad. La llamada procedía de un numero extraño y al cabo de unos segundos de duda accedió a descolgar.
-¿Sí? -pregunto S-
-Hola, siento molestarle, le llamamos del cuerpo nacional de policía. La señora M del 3º G ha fallecido por causas que aún desconocemos. Nuestro más sincero pésame, lo sentimos de verdad.
S. con los ojos cubiertos de lágrimas y un nudo en la garganta veía como H. esperaba atento a la respuesta de S.
En un momento de desesperación, los dos corrieron de nuevo al edificio de donde habían salido, no sin antes tener que atravesar, esta vez en sentido contrario a las agujas del reloj, la manifestación en pro de pueblo palestino. Al llegar junto a la puerta del edificio se encontraron con un cordón policial que no podían rebasar. Sus cuerpos estaban empapados a la vez que las gotas que caían de sus cabellos mojados no se diferenciaban de las rudas lágrimas desprendidas.

Apresuradamente se dirigieron ambos en busca del inspector de policía. No era necesario ser demasiado astuto para percatarse enseguida de que la muerte se había producido en extrañas circunstancias, de ahí el revuelo de policías que, raudos, se acercaron a la casa. ¿Pero cómo?! Como pudo haber sucedido todo tan rápido, justo en el breve espacio de tiempo en que decidieron salir donde Jose. Parecía como si alguien estuviera al acecho, alguien hubiera planeado con anterioridad, paso a paso, sin cabos sueltos, al menos hasta ese preciso instante, la muerte de la señora M.
Al fin dieron con el inspector. Cuando preguntaron qué era lo que había acontecido, el inspector, no muy acostumbrado a recibir preguntas, les contestó con otra.

–“¿Tenían ustedes algún enemigo conocido? si la respuesta es negativa cámbiela inmediatamente, se lo dice un inspector jefe de la policía.”

Al parecer la única pista que habían encontrado los policías que investigaron el lugar había sido una tarjeta en la que, en letras rojas, ponía IBASÁN, una dirección y un número de teléfono. Ambos amigos se miraron sorprendidos al escuchar ese nombre, IBASÁN, pues conocían el lugar. Era una carpintería de las afueras del pueblo, pero ¿porque?, que tendría que ver con el asesinato...

Muy sorprendidos se dirigieron hacia la carpintería IBASÁN ,en el sur de la provincia de Murcia, cerca de la costa mediterránea. Aparcaron su Fiat punto negro metalizado del 86 en la puerta principal de la carpintería. Los dos amigos se bajaron del Fiat punto negro metalizado y se dispusieron a llamar a la puerta, pero estaba abierta. Con cuidado se adentraron dentro de la carpintería, donde se encontraron rodeados por maquinas de carpintería bastante buenas. Al fondo vieron que en la oficina principal había alguien, así que se encaminaron hacia ella. Allí dentro se encontraba Luis María (alias el "TRUCHO")un chico de unos 26,años,un hippie con rastas un poco ya desjalichadas, batería de un grupo de música el cual estaba empezando a funcionar y sobre todo un enganchado de los espacios de internet donde la gente subía fotos para que todo el mundo las viera. Como mas tarde supieron estos dos amigos este espacio era conocido como TUENTI.

"Uno de los guarros de esta mañana"-pensó S.

-"Quizá ya deberíamos haber empezado a vigilarlos, igual no son tan inofensivos"-masculló H.
El Trutxo no se percató de la presencia de los intrusos hasta que los tuvo frente a frente,

-"hola, ¿qué queréis?"
Sin mediar palabra y con una fuerza que no anticipaba su aspecto enclenque S. agarró por el cuello al Trutxo poniéndolo en píe y arrinconándolo contra la pared casi le escupió a la cara "acaban de matar cruelmente a mi mujer y quiero que me expliques ahora mismo que coño tienes tú que ver, pedazo de mierda"-no lo dijo gritando, lo dijo con rabia, pegando su cara a la del Trutxo y masticando parsimoniosamente cada palabra

-"¡A mí qué coño me cuentas tío!"
-"Había una tarjeta tuya junto al cadáver"-aclaró H."
-"Toda la puta ciudad tiene tarjetas de mi carpintería"-dijo Trutxo aún cogido por el cuello y arrinconado contra la pared- "y qué coño, si tuviese algo que ver con el asesinato de tu mujer no iba a dejar una tarjeta junto al cadáver"
-"Suéltalo S. No creo que sepa nada pero quizá nos sea de ayuda, desde luego el asesino quería que viniésemos a hacerle una visita a este comeflores, están jugando con nosotros y de momento será mejor que acumulemos piezas, ya habrá tiempo para eliminarlas, vamos a otro sitio antes de que llegue la policía"

Sorprendido y sin saber que hacer pero seguro de que era mejor no oponer resistencia Trutxo subió al coche con S. y H.
-"¡Tú, perroflauta! ¿Sabes quienes somos? “-dijo H. sin soltar el volante y mirando por el espejo retrovisor al desconcertado Trutxo-
-"Llámame Luis María, por favor, pues claro que sé quienes sois, sois los hijos de puta que habéis enladrillado el campo y el mar, los chorizos que han comprado la lealtad de media ciudad, los fascistas que controlan el ayuntamiento y lo utilizan como una más de sus empresas, los..."
El último apelativo quedó en el aire porque S. que viajaba junto al Trutxo en el asiento de atrás le propinó un fuerte puñetazo en el pómulo izquierdo que lo dejó sangrando e inconsciente, pero con una extraña sonrisa de felicidad dibujada en la cara.

Durante el camino en coche H. comenzó a pensar y a recordar. Todo estaba sucediendo tan rápido que le daba la sensación de que se le estaban escapando detalles de importancia.
En primer lugar, cuando estaban en el bar del Jose y llamaron para dar la trágica noticia, por qué cojones llamaron a S. y no a él, su esposo.
Otro detalle que le había llamado la atención había sido que S. se refiriera delante del delincuente ese de las rastas -el tío más pringao que había conocido en su vida- como 'su mujer'.
H. llegó a la conclusión de que S. le ocultaba algo y, lo que es bastante peor, el muy hijo de puta se había estado tirando a su mujer.

Mientras H. reflexionaba sobre estas cosas S. le miraba con esa cara suya de corderito degollado, de buena persona. Nunca antes nadie había tenido una mirada que concordara tan poco con la realidad. S. detestaba a su amigo. No soportaba que fuera tan murguero, siempre dando consejos, siempre diciendo a los demás lo que tenían que hacer. Y luego, a la hora de la verdad, su mujer terminaba buscando entre las piernas de otros lo que el capullo de su marido no era capaz de darle.

H. mira por la ventanilla y ve al "Bolas", le saluda con un movimiento de cabeza y se vuelve hacia H. y el pringao del Trutxo.
- “¿A ese lo conocéis?”-
- “no, yo no”.- le dice el hijoputa mentiroso de S.
- “Pues claro, el "bolas", gran cabrón y mejor persona.”- Suelta el Trutxo sin pensarlo.

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