13 jun 2012

DIVERSUM

Vida fue una mujer quien invariablemente vestía de verde para tripudiar danzas brillantes. Eran unos bailes fulgurantes que producían tal desarreglo en la apacibilidad de sus conciudadanos que se convirtió en hecho frecuente una común aflicción bacinética dentro de su vecindad.

Un hecho tan fenomenal y afín se transformó en un desconcierto en la vida cotidiana. Tal fue el punto que el estupor y la admiración ante la indulgente presencia de semejante hermosura natural impedía descubrir la resolución del sutil malestar del bacinete que de una manera tan leve deshacía la armonía del devenir del valioso tiempo. De ese modo Vida comenzó a aparecer ante las gentes como un objeto de envidia, pero esas apariencias o atentados de rechazo nunca se harían conscientes.

Como decimos, el desarreglo bacinético acabó por conjugar con su tiempo, de ese modo, se podía engendrar fuerza y resignación en la comunidad; elementos sin los cuales la vivencia del tiempo no sería real. Sin embargo los problemas no acabarían ahí, tampoco había sido posible idear ninguna filosofía que diera con la expresión capaz de mesurar el estado general de la bacinética realidad. En cualquier caso los problemas no podían concentrarse en esta insustancial cuestión y de ningún modo merecía la pena dejar de disfrutar de ese cetro de diamante en que se convertían las figuraciones vívidas de la tripudiante Vida quien se mostraba en alegría igual al calor del mediodía y el sosiego de un apacible atardecer de una divertida jornada estival.

Tobías era un veterano que superaba la edad de jubilación hasta el punto en que las incomodidades de una larga vida de trabajo se habían convertido en un trofeo ínsito en su memoria y que le recompensaba con el don del orgullo. Tobías había sido un antiguo capataz de minas quien había compaginado sus entresijos esfuerzos sobre el peso de la tierra con otras labores de igual dedicación y esfuerzo pero que por pertenecer a la vida del inmenso mar, las hacían más recreativas y reconfortantes. Los ingresos extra que habían obtenido él y su familia trabajando en labores de arreglo y preparación de redes para la pesca también le habían permitido conocer el complejo mundo de la mar, la jerga de los pescadores y marineros, sus leyendas y la fortaleza que impregna la vida en contacto con el mar a la persona que sabe conducirse al compás de su impetuoso ritmo.

Esta conformidad activa que describimos, hacía posible la vida ordenada de la comunidad a la vez que obsequiaba de vez en cuando a los más afortunados individuos con ratos de asueto. Pero este sentimiento parecía no tener par en las acciones y gestos de Tobías quien poseía un carácter desabrido e imperturbable, a la vez que capaz de estar presente cuando aparece el silencio, una compañía fugaz que siempre se anhela; cuando el calor entumece las fibras nerviosas y cuando el frío las arremete con incesantes socolladas.

En estos días de verano, Tobías ya había logrado desencallar su propia fatiga de ese torbellino conocido también como la fortaleza sin puertas de la resignación. De vez en cuando un joven moderno pero simpático y paisano suyo además, se acercaba para saludarle y comentar con él asuntos cotidianos. Esta vez venía con dos compañeros aún más jóvenes, Nerea y David. En seguida comenzaron a charlar vivarachamente y el estimado silencio se marchó a dar una vuelta buscando otros lares.

En esos momentos, si la cosa se ponía seria, Tobías realizaba una serie de movimientos leves y acompasados, de ese modo liaba un cigarrillo y con dos pequeñas piezas de lasca cambiaba el ritmo de sus acciones por unos cuantos segundos en los que el violento choque de la lasca prendía chispa en la mecha y tras un compás de soplidos el encendido era idóneo para prender el extremo del cigarrillo y fumar tranquilamente apoyado sobre los muros de su casa y el doblaje de las rodillas. Este proceso era como un súbito cambio de ritmo que sintonizaría un nuevo estado de relajación. Porque si algo tenía claro Tobías es que las palabras son sonidos ya molestos para sus fatigados oídos, así que había que acompañar los esfuerzos imprevistos con diferentes modos de excitación. La vida no tiene mucho secreto pensó: se puede estar derecho, se puede uno doblar y las respuestas siguen estando ahí sin necesidad de alborotar. No vamos a ser pregunta ni respuesta, no podemos ser objeto sino que podemos aprender a acomodarnos para ser espectadores de lo que sucede y a mí me sobra y me basta con mi cigarrillo y mis rodillas dobladas. ¡Ea jóvenes hablar hablar!

Su paisano Juan tras corresponder con un gesto de amabilidad le comentó un suceso no era otra cosa que una algazara de viandantes que se entretenían con el paso de la señorita Vida, a la vez que aprovechaban para tenerse por divertidos. Tobías replico vagamente y con la mirada perdida que el personaje de esa señorita no era tan excepcional ni contenía tanta atención como atraía. Inmediatamente, Juan que gustaba poco de los tonos dramáticos dijo en voz alta: ¡Ya si esa mujer es una solterona! En ese preciso instante David y Nerea se miraron a la cara y se extrañaron el uno del otro al ver sus gestos. David pensó que nunca había estado tan de acuerdo en un asunto con Nerea, pero seguidamente perdió la noción de lo que es ese famoso asunto...

Buenos días Don Tobías -dijo David-, seguro que usted conoce más del arte de hablar puesto que ha visto y ha escuchado más que nosotros. Tobías desperezó la comisura de sus labios aparentando una actitud jocosa pero que en realidad se trataba de un acto reflejo que le predisponía para hablar, acto seguido dijo: Ciertamente compadre, he visto y he oído mucho, pero no sólo eso, sino que también he sentido, he sentido la dureza del trabajo en la tierra y la tensión del trabajo en la mar. Además en mis cruceros a remo por el Mar Menor, fatigado hasta la extenuación he sentido las últimas consecuencias de la pasión o de la falta de ella según se mire. ¿A qué se refiere? -preguntó David-. Es que no conoces la historia de la princesa rusa prometida a un Infante español que tenía un palacio en la mayor de las islas de nuestra tierra. Esta mujer fue ofrecida al Infante para que le sirviera en el matrimonio pero la estrechez de la isla y la grandeza barrigona de su prometido crearon en ella una actitud de desmán hacia sus deberes cotidianos; era una pésima anfitriona en las fiestas del Infante y además sus ojos no eran capaces de expresar otra cosa que desdén por su sino. De ese modo, el despechado Infante hizo que uno de sus criados forzara la salida de la isla de la joven rubia quien cayó de las rocas y murió. Pues bien, allí queda su espíritu y sólo algunos dedicados marineros hemos sido capaces de ver su desgracia sin ser aprensivos y tomar partido por la pena y el deseo...

Nerea observaba los jazmines y quedaba atónita ante la mezcla de belleza de la flor y la vulgaridad de un macetero de plástico con un color verde desgastado y ya bastante raído por su longevidad. Al fin y al cabo ella estaba de acuerdo con todo lo que allí se comentaba, todo era razonable y coherente pero cuando quería aprehender el sentido del desacuerdo momentáneo la percepción del conjunto formado por el jazmín y la maceta le evadía por completo de cualquier tipo de comprensión.

En ese momento Juan irguió su espalda y tomando una bocanada de aire, acto reflejo de un momento de claridad arrebatada, -dijo con voz grave y clara-. La vida son momentos y estos amplían su espectro debido al contraste. Tobías, usted se equivoca cuando habla de vacío y armonía, eso no puede ser. Pero si Tobías es un ácrata desengañado, respondió el joven David. David era un adolescente tardío o un casi adulto como decían algunas mujeres del pueblo. Justo acababa de cumplir cuatro lustros de vida y su lengua, pese a ser más rápida que sus neuronas, era capaz de caminar sobre el fino hilo de la elocuencia sostenida. Pensemos un instante -insistió Juan-, ¿por qué todo el mundo se aficiona últimamente al deporte y nadie tiene paciencia y capacidad para hacer gimnasia? Cuando se alcanza una cumbre tras un esfuerzo cardíaco sobrecogedor y tu primer pensamiento te dice que aún te aguardan los dolores musculares de un vertiginoso descenso, no se trata sólo de sentir placer sino el mayor de los gozos. Ciertamente, se puede alcanzar el placer sin pagar el precio de un trabajo doloroso, pero no el gozo, el sumo sosiego. La falta de sufrimiento cierra el acceso a la verdadera felicidad.

¿Felicidad? -respondió David-, felicidad no es esa sonrisa tuya cuando Ariadna la de los párpados ondulados se convirtió en tu secretaria y todas las mañanas te recibe con un sonriente ¡buenos días!

Eso no tiene nada que ver, replicó Juan algo sonrojado. Mis relaciones laborales se deben al deber de sustentar el tiempo, ¿o es que acaso el cuerpo aguantaría perpetuamente el desplante sufrimiento gozo? Lo que yo digo es real, se siente desde cada célula y elemento de nuestro cuerpo, lo otro es un espectro, una ilusión o fugaz frenesí. Es como si quisieras vivir la realidad en el disfrute de un videojuego, sin olores, sin ruidos imprevistos, sin la presión de la fuerza de la gravedad pero con una fuerza ilusoria propia de un titán. David, tu eres aún un bebé, no has empezado a vivir, ya te darás cuenta de estas cosas, sobre todo del hecho de que vivimos en un mundo artificial visto como una película en una pantalla.

David frunció el ceño y miró fijamente a la distancia de un metro, delante de su banqueta, donde la pared de la vieja casa de Tobías se unía con el terreno, lo perpendicular y lo horizontal que nunca llegan a formar un ángulo exacto de noventa grados y más teniendo en cuenta los trocitos de cal descoyuntados de la desarreglada pared. ¿Existirá el ángulo recto perfecto o existirá la concentración precisa de su perfección?

Lo que más odiaba David de su carácter era precisamente esa inclinación hacia la desviación que le hacía perder el momento exacto de rebatir a su interlocutor de un modo triunfante, y además sin dar una impresión barucha que desvelara la insostenibilidad de la forzada premura de su tono. Es cierto que David se tomaba mucho interés en controlarlo pero su elocuencia disimulaba la falta de acomodo a los ritmos de sus inspiraciones y espiraciones pulmón-laríngeas.

Acto seguido, David levantó bruscamente la cabeza y aseveró que las pantallas y los videojuegos son artefactos del presente, pero el goce del espectáculo hermano de los ojos e hijo de la visión era un fenómeno humano anterior e independiente a la invención de la electrónica. Seguidamente comenzó a hablar de no se que leyenda de un astrólogo árabe de los tiempos de grandeza de la granadina Alhambra.

El resto de contertulios comenzaron a perder interés por el relato de David quien perdía su mirada allá donde la memoria y la imaginación se unen. Pero como el tono de voz era tan entusiasta acordaron tácitamente no interrumpirle.

Sí, sí -prosiguió David-, existe una leyenda de un rey moro llamado Aben Habuz, que tras una vida de éxitos bélicos y hazañas vívidas como las que referías hace un momento Juan; quedó inválido y ya no podía trepar las atalayas a ritmo y vista de lince al que nada se le escapa. No obstante ello no mermaba su deseo de mantener y acrecentar el disfrute de vivir la vida como corresponde. Un día se le ofreció una posibilidad de seguir con su beneplácita rutina y para ello se encomendó a un astrólogo árabe que se ofreció para construirle un talismán que actuara de forma virtual, tal y como lo hacen las pantallas de los videojuegos. El rey hizo construir una alta torre sobre la cresta del monte del Albaicín y allí se dispuso una especie de tablero donde se instalaron figuras de soldados y ejércitos enteros que habrían de defender la ciudad sin tener que soplar las trompetas de guerra y ordenar a los súbditos para enfrentarse a la parca... Es verdad, lo cuenta Washington Irving.

De repente Nerea se levantó irreflexivamente y David pensó que la belleza de las leyendas nunca podría ajustarse a la belleza de una mujer. Juan quien siempre estaba alerta para no perderse nada de lo que sucedía a su alrededor, observó que el mero hecho de escuchar la conversación acelerada de los jóvenes resultaba algo pesaroso para Tobías. Por lo tanto Juan secundó el gesto de Nerea y le indicó que en la plaza nueva podrían refrescarse ya que los operarios del ayuntamiento habían vuelto a poner la fuente en condiciones. De ese modo los tres jóvenes paisanos de Tobías, tras despedirse amigablemente, continuaron la marcha.

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