Ana, desde aquí te lanzó una oferta para que fiches por el blog. Las condiciones son; ninguna obligación y total libertad. Voy a aprovechar la cita de Montalbán que hiciste a uno de mis lamentables artículos para comenzar este, también triste, cuento.
"-Muchos economistas denuncian la economía sumergida como un retorno a los inicios del mercado de trabajo, ¿comprende usted? Como un retorno a la explotación libre del hombre por el hombre, como si no hubieran servido para nada ciento cincuenta años de luchas obreras. Pero en realidad estamos ante un fenómeno nuevo que corresponsabiliza a empresarios y trabajadores en la salvación de un sistema en crisis. El capitalismo lo está salvando la clase obrera, incluso disponiéndose a no tener trabajo o a trabajar en peores condiciones que un esclavo.- ¿A cambio de qué?-A cambio de no verse obligada a hacer la revolución, o al menos a tratar de hacerla."
La Rosa de Alejandría, M.V.M. (conversación entre el sietesabios y Carvalho).
Corre el año 2008. Juanito sale de la universidad con unas ganas locas de medrar y convertirse en un hombre de provecho. Las expectativas son buenas, la economía es fuerte, el crecimiento portentoso. Las empresas se expanden. -Jauja, esto es jauja.-, se dice el joven Juan.
Antes de nada, el meticuloso licenciado, prepara con celo su currículum. Es muy importante dar una buena imagen. Todo el mundo sabe que lo primero en lo que el amable empresario se fijará es en la claridad de ideas y variedad de conocimientos de su currículum.
Después de una semana, con ropa de estreno, con un nuevo corte de pelo y la ilusión del que comienza una nueva vida, Juanito sale a comerse el mundo. No habrá empresa donde no deje una de esas obras de arte en las que el joven Juan ha convertido su currículum. Los entrega. Pasan unos días. A estas alturas ya debe haber cientos de empresas leyendo con interés el meticuloso documento que con tanto cuidado preparo nuestro amigo. Pasan unos días más, es normal en un proceso tan complejo como es la selección de personal. Pasan unas semanas, todo el mundo sabe que Roma no se hizo en un día.
Es 7 de octubre y ya pasó más de un mes sin que Juanito tuviera respuesta alguna. El emprendedor muchacho ya está algo inquieto. -¿Cómo es posible? Algo he tenido que hacer mal.- piensa.
Al día siguiente se reúne en el bar con unos amigos de la universidad para hablar de cómo les va la vida y para ver si alguno de ellos encontró algo. Ponen en común su experiencia y las conclusiones no son muy alentadoras:
-Juan- le dice uno de los más avispados- estás algo equivocado en tu estrategia. En primer lugar, no pretendas encontrar un trabajo remunerado a la altura de tu formación. Lo que debes hacer si quieres tener algo de liquidez en la cuenta es buscar un trabajo no cualificado. Ve a un McDonalds, a un Telepiza o algo así. Allí te pagarán mal pero tendrás para las cervezas que ahora te voy a tener que pagar yo. Después, ve a las mismas empresas donde estuviste antes y donde dejaste tu exagerado currículum para decirles que eres un recién licenciado y que legalmente pueden contratarte pagándote el abono transporte. De este modo, trabajarás unos doce o trece horas al día. Ocho, repartiendo y otras 5 o 6 en una empresa haciendo fotocopias a cambio de nada. Así, ya tendrás la tan valorada experiencia.
Juan está un poco indignado. Al principio se rebela. -Trabajar por nada después de tantos años en la puta universidad- se dice. -Y una mierda- se contesta. Juan está ya borracho pero no deja de darle vueltas a la cabeza. Esa noche, producto de sus etílicos pensamientos, ha decidido hacer la revolución. ¿Qué revolución? Nadie lo sabe.
Al día siguiente le duele mucho la cabeza, se siente fatal pero todavía recuerda lo que le dijo su amigo. Decide hacerle caso. Al fin y al cabo el mundo es para los valientes, para los que no le tienen miedo al trabajo. Es joven y hay que ir poco a poco, a base de trabajo. En su barrio hay un cartel en el telepiza. Al poco rato Juan ya será un repartidor más. Las condiciones de trabajo son detestables pero es temporal. -¿Qué importa?, de aquí a poco tendré un despacho propio-. Siguiendo las indicaciones de su experto colega, Juan hace el mismo recorrido que hizo en su primera intentona ofreciéndose para trabajar gratuitamente. Para su sorpresa tuvo que hacer quince testes psicotécnicos, cinco entrevistas y cuatro exámenes de cultura general. Por fin a Juan le seleccionaron en una empresa muy prestigiosa donde haría fotocopias para gente muy importante. Está satisfecho, -esta situación no durará mucho-, piensa.
El tiempo pasa y Juan empieza a estar un poco hasta las narices. La empresa es prestigiosa pero las fotocopias se hacen igual en todas partes y, la verdad, aparte de eso y de mandar correos electrónicos no hace nada más. Ha aprendido mucho más como repartidor de pizas, ya conoce el callejero como la palma de su mano. Ya le han humillado clientes, jefes y compañeros.
Hoy es el día clave, acaba el contrato en la prestigiosa empresa y tiene cita con la jefa de personal para hablar de su futuro en la empresa. Juan rescata el currículum, vuelve a la peluquería y hasta se atreve con traje y corbata. Son las cuatro de la tarde y tiene cita a las cinco, pero ya está en las instalaciones. Se sienta en el sillón a esperar. Son las cinco y media y nadie le atiende. Pregunta al segurata que, a continuación, llama a algún misterioso lugar. Le indica que vuelva a su asiento. Sigue esperando, son las seis de la tarde. Juan suda, toma otro café, y van cuatro. Son las seis y media, vuelve a preguntar, vuelven a llamar. Otra vez a su asiento. Otro café. Siete, ocho,... La gente se empieza a ir. Para su sorpresa el mismo segurata que le mandaba sentarse se dirige a él para preguntarle a qué esta esperando. A Juan le gustaría, con un movimiento rápido, robarle la pistola que lleva en la cartuchera, y una vez con ella, poner las cosas en su sitio. En cambio, tímidamente responde,-estoy esperando a Sofía Mercados, tenía cita con ella a las cinco, como le dije antes.- El segurata ni se inmuta y le recomienda que vuelva mañana. Ninguna explicación, nadie parecía saber de su existencia después de seis meses de prácticas. Juan suda, Juan se marea. Juan abandona las instalaciones.
Con renovada ilusión y después de haberse auto convencido de que lo de ayer tenía alguna explicación Juan regresa al mismo lugar de ayer. El segurata no es el mismo. Eso es malo, tendrá que volver a contar la historia de nuevo. Esta vez se muestra más incisivo y le explica que ayer tenía una cita con Sofía pero que esta no le pudo atender, no se sabe bien por qué, y le pide que la avise. Si es tan amable. -Al sillón-, le manda el segurata, como si esa fuera la única cosa que saben decir esos señores de uniforme con pistola de fogueo. Pasan las horas y por fin aparece alguien. Es la secretaria de la secretaria de Sofía y le pregunta que qué quiere. Juan está sudando y no sabe si es la ira o la tensión lo que hace que no consiga pronunciar ninguna frase coherente. -Yo, reunión, ayer, Sofía, no estaba, entonces hoy, para ver si había llegado-, consigue pronunciar. -Su nombre- responde la rubia secretaria de secretarias. -Juan- responde. Consulta en unos folios y le pregunta extrañada: -usted no trabaja ya aquí, ¿no es cierto?-. El muchacho comienza a marearse pero reúne fuerzas para contestar. -Becario, seis meses, fotocopias, cita con Sofía, hoy no, ayer, pero no estar Sofía entonces yo-. La rubia menea la cabeza y le dice: -hay muy buenos informes tuyos pero ya no te podemos contratar como becario y, la verdad, no está la situación como para andar aumentando la plantilla. Además, la señora Sofía está muy ocupada en estos días. Ya le llamaremos si surge algo.
Juan, apenas es capaz de caminar. Se desabrocha la corbata, se quita el traje, regresa a casa y se cambia el traje por el mono rojo de repartidor. Su madre lo mira y ni le pregunta que tal la entrevista.
Pasaron los meses y las cosas cambiaron. Juan consiguió muchos trabajos, teleoperador, cajero, comercial en el departamento de ventas de una empresa de juguetes. Se dio varias veces de alta como autónomo y luego de baja. Al gusto de la empresa que le contrataba pero sin contratarle.
Pasaron los años, ya ni se sabe cuantos trabajos ha tenido. Lo cierto es que ha trabajado hasta la extenuación. Lo cierto es que Juan nunca ha cobrado unas vacaciones. De hecho, Juan se paga su seguro. De hecho, Juan nunca dejó de repartir pizzas.
Cualquier parecido con la realidad es producto de un mercado laboral injusto y despiadado.
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