1.
En mis sueños,
Ataviado con blancas túnicas
Azucenas y gladiolos.
Rezuman humeantes sahumerios,
Esquirlas de espuma celeste
Se columpian en el pábilo
De negros incensarios.
Con lejanas voces
Zahiriendo pechos encrespados
Alguien lanza suspiros,
Lágrimas y adioses.
Al fondo,
Viudas de longos cabellos.
Acompañan,
Con la vista empantanada,
El rostro imberbe,
Seco, frío, glacial,
Pálido, calmo y mortecino.
Labios sellados.
Ojos develados,
Vueltos al Eterno.
Risas amagadas
En ríspidas facciones.
Flácidas manos,
Entrelazan el regazo
Y Reposan de fatigas indecibles.
¿Dónde está tu voz
¿Adónde marchas en lóbregos inviernos,
Siguiendo el rastro a las ciegas golondrinas?
Vuelve. Conciliando adioses y holocaustos,
Persigue claros de luna
O incendiarios rosicleres levantinos.
¿Adivinas ecos funerarios?
Postreras luces otoñales,
Al reclamo de mil piadosas bendiciones.
Te asomas tras la amura del mundo,
Rememoras y consternado, desfalleces.
Una vez más contigo,
Desesperas tu presencia.
Vástago de raza maldita.
El alma pavimentada de recuerdos,
Abrazas crepúsculos opalinos.
Silencio: allí nunca hubo hombres,
Siquiera palabras,
Tan sólo estrellas
Y algunos murmullos.
3.
La bella Helena
Oculta,
Tras la seda de velos lunares
Contempla, caediza
Vírgenes estrellas,
Teas divinas
Centelleantes zafiros.
Mas,
Con fingidos asertos
Vuelve los rostros,
Vulpinos – sus pasos-
Acechando débiles pisadas
De aquél,
Quien tañe tiernas melodías.
De un cabello,
Enroscado entre los dedos
Acabará,
Parasiempre,
Sin saberse, condenada.
Por hechizos y zalemas codiciosas
Y aquél,
Que por dehesas
Se extraviase.
Cabalga sollozando,
Preso por la hiel del labio
El embrujo del dulce arpegio.
¡Desdichado!
Tu desnuda silueta
Palidece.
A la sombra del albero
En silencios de la noche
Y claros de luna levantinos
4.
Apenas sabe su ayer
Mustia,
Cual otoño caprichoso.
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