Tal vez sea cierto que Zapatero es el último socialdemócrata del PSOE. Al menos pudo ser así hasta la mañana del 12 de Mayo de 2010. Por supuesto, se trataba de un socialdemócrata liberal y un tanto ingenuo, fiel devoto de los dioses del mercado pero confiado en los márgenes de acción política de la democracia capitalista.
Las charlas con sus homólogos europeos y la definitiva llamada telefónica de su “admirado” Obama (“al teléfono el espíritu del capitalismo”, debió decirle su secretaria a Zapatero) parece que le han hecho entrar en razón. Tal vez aún creyese que la política se hacía para el pueblo, pero le han debido aclarar para quien trabajan, para eso que llaman los mercados y que siguiendo a Eric Toussaint no son otra cosa que:
“los principales dirigentes de las 200 multinacionales más grandes que dominan la economía mundial con la ayuda del G7 y de instituciones tales como el FMI. También actúan el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio”.
Aclarado esto, no deberíamos hablar de las señales de los mercados, si no de las exigencias de la oligarquía financiera mundial.
Una oligarquía financiera, sobre la que se sustenta el sistema económico mundial y todas sus injusticias, que no sólo es culpable de la crisis económica, sino que ha recibido ayudas multimillonarias de todos los estados industrializados (no olvidemos las ayudas que deberían haber animado el crédito y que nunca llegaron a la pequeña y mediana empresa) para evitar que su hundimiento fuese el hundimiento del sistema económico y que ahora pone ese dinero (prestado con un tipo de interés inferior a la inflación) en operaciones especulativas contra el euro y las economías periféricas de la Unión Europea. Sirva un dato para hacernos una ligera idea de las dimensiones de la especulación financiera:
“Cada día circulan en el mundo 3 billones de dólares saltándose las fronteras. Sólo menos del 2 % de esta suma se utiliza directamente en el comercio mundial o en inversiones productivas. Más del 98 % restante se dedica a operaciones especulativas, en especial sobre las monedas, los títulos de la deuda o las materias primas.”
Después de haber castigado a Grecia, el eslabón más débil de la cadena, el efecto disciplinario ha sido casi inmediato. El fin de fiesta del estado del bienestar llega a Europa en forma de un control presupuestario, que en España (donde el estado del bienestar nunca pasó de ser un proyecto) toma forma con el mazazo de la bajada y congelación salarial a los empleados públicos (un 5% de media); La congelación de las pensiones (excluyendo las esqueléticas no contributivas); El fin del carácter retroactivo de las ayudas a la dependencia; El recorte en el gasto farmacéutico (que junto a la gestión privada del servicio público puede ser la antesala del copago); La suspensión del llamado cheque bebe (medida social estrella de Zapatero como lo fue la desgravación de 400 euros); El fin de las jubilaciones parciales y anticipadas (acabando con el único colchón a las traumáticas regulaciones de empleo y cerrando aún más la puerta al empleo joven que se sigue precarizando); Y recortes en inversiones públicas y fondos al desarrollo (hasta ahora únicas políticas económicas de cierto carácter socialdemócrata).
Sin huir de las lógicas capitalistas, estas medidas pueden contentar a “los mercados”, evitar un ataque especulativo y que los intereses de nuestra deuda se disparen, pero cualquier ciudadano puede intuir que precisamente para la economía española serán un lastre social, con las exportaciones paralizadas, el turismo extranjero en descenso y el consumo interno constreñido, el paro, principal problema nacional, seguirá creciendo sin remedio.
Al parecer Zapatero y su gobierno sólo tenían dos opciones adoptar este tipo de medidas por su propia iniciativa o coaccionados por las amenazas de la oligarquía financiera mundial. En cualquier caso resulta evidente la transferencia de la soberanía nacional, no ya hacia una institución supranacional como la Unión Europea (susceptible, al menos, de ser democratizada), sino hacia la oligarquía financiera mundial. He escuchado a políticos y periodistas hablar de una situación de “protectorado económico”, pero no lo hacían escandalizados ante lo que representa el acta de defunción de la democracia sino ante la lentitud o improvisación de Zapatero que ha debido ser el último en enterarse de que si no actuaba por su propia iniciativa lo harían actuar de todos modos.
La aceptación fatalista tanto de estas medidas concretas como de este orden político/económico, no es más que la gran demostración del triunfo de la hegemonía capitalista, pero es un triunfo que muestra claramente que otro mundo no sólo es posible, sino urgentemente necesario so pena de quedar a merced de una oligarquía financiera para quien las personas no son más que anotaciones contables.
De nuevo Eric Toussaint nos pone en la pista de las medidas a emprender y colocar en un horizonte de luchas:
“Se necesita crear una nueva disciplina financiera, expropiar a este sector y ponerlo bajo el control social, gravar con fuertes impuestos a los inversores institucionales que primero provocaron la crisis y después se aprovecharon de ella, auditar y anular las deudas públicas ilegítimas, instaurar una reforma fiscal redistributiva, reducir radicalmente el tiempo de trabajo con el fin de poder contratar masivamente, pero sin disminuir los salarios, etc. En dos palabras, comenzar a poner en marcha un programa anticapitalista.”
Las charlas con sus homólogos europeos y la definitiva llamada telefónica de su “admirado” Obama (“al teléfono el espíritu del capitalismo”, debió decirle su secretaria a Zapatero) parece que le han hecho entrar en razón. Tal vez aún creyese que la política se hacía para el pueblo, pero le han debido aclarar para quien trabajan, para eso que llaman los mercados y que siguiendo a Eric Toussaint no son otra cosa que:
“los principales dirigentes de las 200 multinacionales más grandes que dominan la economía mundial con la ayuda del G7 y de instituciones tales como el FMI. También actúan el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio”.
Aclarado esto, no deberíamos hablar de las señales de los mercados, si no de las exigencias de la oligarquía financiera mundial.
Una oligarquía financiera, sobre la que se sustenta el sistema económico mundial y todas sus injusticias, que no sólo es culpable de la crisis económica, sino que ha recibido ayudas multimillonarias de todos los estados industrializados (no olvidemos las ayudas que deberían haber animado el crédito y que nunca llegaron a la pequeña y mediana empresa) para evitar que su hundimiento fuese el hundimiento del sistema económico y que ahora pone ese dinero (prestado con un tipo de interés inferior a la inflación) en operaciones especulativas contra el euro y las economías periféricas de la Unión Europea. Sirva un dato para hacernos una ligera idea de las dimensiones de la especulación financiera:
“Cada día circulan en el mundo 3 billones de dólares saltándose las fronteras. Sólo menos del 2 % de esta suma se utiliza directamente en el comercio mundial o en inversiones productivas. Más del 98 % restante se dedica a operaciones especulativas, en especial sobre las monedas, los títulos de la deuda o las materias primas.”
Después de haber castigado a Grecia, el eslabón más débil de la cadena, el efecto disciplinario ha sido casi inmediato. El fin de fiesta del estado del bienestar llega a Europa en forma de un control presupuestario, que en España (donde el estado del bienestar nunca pasó de ser un proyecto) toma forma con el mazazo de la bajada y congelación salarial a los empleados públicos (un 5% de media); La congelación de las pensiones (excluyendo las esqueléticas no contributivas); El fin del carácter retroactivo de las ayudas a la dependencia; El recorte en el gasto farmacéutico (que junto a la gestión privada del servicio público puede ser la antesala del copago); La suspensión del llamado cheque bebe (medida social estrella de Zapatero como lo fue la desgravación de 400 euros); El fin de las jubilaciones parciales y anticipadas (acabando con el único colchón a las traumáticas regulaciones de empleo y cerrando aún más la puerta al empleo joven que se sigue precarizando); Y recortes en inversiones públicas y fondos al desarrollo (hasta ahora únicas políticas económicas de cierto carácter socialdemócrata).
Sin huir de las lógicas capitalistas, estas medidas pueden contentar a “los mercados”, evitar un ataque especulativo y que los intereses de nuestra deuda se disparen, pero cualquier ciudadano puede intuir que precisamente para la economía española serán un lastre social, con las exportaciones paralizadas, el turismo extranjero en descenso y el consumo interno constreñido, el paro, principal problema nacional, seguirá creciendo sin remedio.
Al parecer Zapatero y su gobierno sólo tenían dos opciones adoptar este tipo de medidas por su propia iniciativa o coaccionados por las amenazas de la oligarquía financiera mundial. En cualquier caso resulta evidente la transferencia de la soberanía nacional, no ya hacia una institución supranacional como la Unión Europea (susceptible, al menos, de ser democratizada), sino hacia la oligarquía financiera mundial. He escuchado a políticos y periodistas hablar de una situación de “protectorado económico”, pero no lo hacían escandalizados ante lo que representa el acta de defunción de la democracia sino ante la lentitud o improvisación de Zapatero que ha debido ser el último en enterarse de que si no actuaba por su propia iniciativa lo harían actuar de todos modos.
La aceptación fatalista tanto de estas medidas concretas como de este orden político/económico, no es más que la gran demostración del triunfo de la hegemonía capitalista, pero es un triunfo que muestra claramente que otro mundo no sólo es posible, sino urgentemente necesario so pena de quedar a merced de una oligarquía financiera para quien las personas no son más que anotaciones contables.
De nuevo Eric Toussaint nos pone en la pista de las medidas a emprender y colocar en un horizonte de luchas:
“Se necesita crear una nueva disciplina financiera, expropiar a este sector y ponerlo bajo el control social, gravar con fuertes impuestos a los inversores institucionales que primero provocaron la crisis y después se aprovecharon de ella, auditar y anular las deudas públicas ilegítimas, instaurar una reforma fiscal redistributiva, reducir radicalmente el tiempo de trabajo con el fin de poder contratar masivamente, pero sin disminuir los salarios, etc. En dos palabras, comenzar a poner en marcha un programa anticapitalista.”
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