El paro en la Región de Murcia se extiende de la construcción a los servicios, todos somos conscientes de la precariedad galopante del mercado laboral murciano y de la gran importancia de la economía sumergida (cómo se alegrarían muchos si se concediese una amnistía fiscal)
Sin embargo, los políticos murcianos (PSOE incluido, por supuesto, con la honrosa excepción de lo que queda de IU) escurren el bulto sobre estas cuestiones y se muestran exclusivamente preocupados por el nuevo Estatuto de Autonomía de Castilla la Mancha, que prevé cerrar el grifo del trasvase del Tajo. Desde Murcia la solidaridad territorial se entiende de un modo unidireccional, del resto hacia nosotros, poco importa el estado de los acuíferos vecinos (tampoco el de los propios), los problemas de su agricultura o de su patrimonio natural. La cuestión del agua se utiliza como ariete político irracional, despertando y manteniendo alertas miedos atávicos, haciendo creer a los pequeños agricultores y la población que todos sus problemas tienen como origen el egoísmo ajeno. Es un discurso irracional difícil de desmontar precisamente porque apunta a valores culturales muy arraigados. Pero la realidad es que la competencia internacional y los procesos de industrialización de la agricultura son los que asfixian al pequeño agricultor tradicional y empujan hacia la concentración de la propiedad en manos de unos pocas empresas agrícolas para las que el agua no es en absoluto un problema (el agua del trasvase puede ser algo más barata, pero la procedente de desaladoras, no hablaremos aquí de su impacto medioambiental, podrá cubrir sin problemas sus demandas.
Se obvia que la competencia de los campos de golf en el mercado del agua ha encarecido el precio de esta y por supuesto no se habla con seriedad de desarrollo sostenible, no hay un plan B ante el fracaso de la industria inmobiliaria (la Zerrichera y Cabo Cope son los mejores ejemplo de esta obcecación), cuando llegue el momento se le endosará el muerto a Madrid y a Toledo, o a la codicia a quien todos culpan de la crisis actual, como si el capitalismo no fuese codicioso por definición.
Es el momento de exigir cambios radicales, de comenzar a plantear como única salida la planificación de un desarrollo sostenible (que puede ser decrecimiento). Desde aquí empezaría por dos medidas bastante simbólicas, la creación de un mercado de alquiler barato con las miles de viviendas vacías, previa municipalización de las mismas y la reconversión de los campos de golf en huertas experimentales de agricultura ecológica de las que se harían cargo asociaciones y ciudadanos en régimen de cooperativa sin ánimo de lucro.
(Llamadme idealista o pringao, pero es el momento de la movilización y la organización, es el momento de volver a ser realistas y pedir lo imposible)
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