Una
vez la canoa hubo tocado tierra de nuevo, Guillermo y Ginés se
afanaron en las labores de limpieza de mantenimiento. Sin duda esta
es una tarea harto pesada, especialmente para Ginés quien pese a ser
murciano se le ponía la nariz roja tras horas de exposición al sol,
en cambio, el moreno andaluz de Guillermo era permanente. Llevando a
cabo un sobre esfuerzo vacacional ambos amigos acarrearon con dicha
embarcación hasta un garaje donde la guardaban gracias a un veterano
cofrade, hermano de una prima de Ginés que en el arte de rellenar el
calamar no tenía par.
El
ir y venir en la lonja era el habitual en esta época. Un señor
pescador que se dirigía al bar del puerto comentaba que la jornada
había sido regular; ¡Mucha gamba! -decía sin emoción alguna en
sus palabras. Al menos esta tarde sale todo directamente y no tenemos
que andar congelando -se excusó su paisano-.
Finalmente
Guillermo, quien era muy derecho en el arte de negociar consiguió
dos pares de jureles que cenaría en casa del único andaluz que
pasaba la época estival en estas tierras. Su nombre es Eduardo, un
rico barón que según se conoce era tataranieto de Eduardo manos
tijeras. Eduardo había pasado en su vivero la hora más agradable de
una tarde de abril injertando en árboles jóvenes nuevos brotes
recién adquiridos. De ese modo para el mes corriente, el de julio;
podía gozar de un agradecido sombraje de viñedos en su jardín
donde había dispuesto una barbacoa para sus cenas con la más alta
alcurnia, el capitán de barco Lorenzo y el resto del patronazgo de
la confederación.
Cuando
Ginés y Guillermo arribaron a los suntuosos jardines del señor
Barón lo encontraron divagando frente a una de las páginas
centrales del diario La Verdad de Murcia. Los jardines estaban bien
dotados de los más variados cactus, planta de Aloe, flor de lavanda,
tomillo, romero, una pala de higos a la que no había afectado la
plaga de cochinilla del verano del 2011 y un olivo muy bien
acicalado, tanto que parecía una pieza de museo.
“La
consejería de medio ambiente suprime el presupuesto para el plan de
prevención de incendios de Calblanque y Portman”.Cuando
Ginés leyó el titular su curiosidad le embistió de tal modo que
soltó un impropio ¿qué te parece?,
al señor Barón. En ese mismo instante Guillermo se sentó
presumiendo de haber pescado él mismo los jureles mientras hacía
una mueca de reverencia a don Eduardo. El anfitrión le agasajó
exponiéndole todo un cálculo racional acerca de la estrategia
política en estos momentos críticos y dijo así: “Es
admirable la labor de la consejería, destinan todos sus esfuerzos a
luchar contra el desastre de Moratalla, un lugar en el que a pesar de
la abundancia del pino carrasco y un delicioso río para el fresco
baño, había tenido que cerrar su actividad económica por culpa de
la crisis y ahora vuelve a ser virgen”
Ginés elevaba la vista hacia el horizonte sin pensar que todavía no
estaban los troncos en el punto de combustión adecuado para asar los
jureles, y eso sin tener en cuenta que habría que ir a la cocina a
por limón y sal, las que vienen con un litro de cerveza. Don Eduardo
finalizó su lección magistral de perorata demagoga y se dedicó en
pleno a agasajar a sus alegres compañeros de cena. Era todo un
placer para don Eduardo conversar con Ginés y Guillermo quienes se
pasaban el día rastreando la zona en busca de nuevos fenómenos de
los que extraer futuros proyectos de desarrollo. De ese modo, entre
hipérboles y andaluzadas transcurrió el paso del atardecer al
anohecer.
En
época estival lo mejor es conversar dispendiosamente cuando la
puesta de sol cede su protagonismo a la brisa de lebeche. No obstante
este no iba a ser hoy el caso de Nerea debido a la premura de las
fechas para entregar las prácticas de septiembre. David deambulaba
en derredor del pupitre intentando conjugar el descanso eterno con el
trabajo creativo; Nerea -dijo-, esta asignatura de literatura
española de segunda mitad del siglo pasado es un rebozo de tópicos;
lo mismo te enjambras en la colmena, te sientas frente al campanario
de la iglesia con Azorín viendo pasar los trenes, estudias la
introducción a la obra de Eduardo Mendoza que te pones a ver la
filmografía de un mercenario contemporáneo de Velazquez, el artista
sevillano.
Precisamente
por eso -respondió Nerea-, quiero redactar un ensayo sobre la obra
de don Antonio Machado, un artista que creo su arte a la vez que lo
vivió. Para conocer la obra de Antonio Machado -prosiguió Nerea-
debemos tener muy en cuenta su contexto histórico. Lo de Machado
tampoco es un chiste.
Ya
sabes que cuando Guillermo y Ginés se enzarzan a discutir parecen
gallegos, con tal de llevarse el gato al agua se buscan eufemismos en
la nuca. A Freud hay que estudiarlo en su contexto, su obra fue
científica pero revolucionaria, por eso se acaudaló de tanta
crítica. Antonio Machado es diferente porque era militante del bando
perdedor y aún así debía crear como todos debemos hacerlo.
Efectivamente
amado David, el señor Machado no cejó en su empeño de lograr lo
imposible, dibujar en un azulejo especial llamado “ostraca” la
tristeza de la sociedad española de la posguerra y ganar la guerra
con la letra. Muchos ensayos realizó a muy pesar de su vida, por
consiguiente su destino fue morir en el destierro francés, el
ostracismo. Sin embargo querido David si no haces mucho caso a los
planes de estudio refrendados por la consejería de Universidades,
puedes acceder al correo personal que el señor Machado mantenía con
el señora Guiomar, con quien al parecer fue al teatro a presenciar
una pieza conocida como “La Lola”:
La
Lola
La
Lola se va a los puertos
la
isla se queda sola
¿Y
esta Lola quien será
que
así se marcha dejando
la
isla de San Fernando
tan
sola cuando se va?
Ciertamente son unos versos líricos encantadores viniendo de tus
labios, lo que no alcanzo a comprender es cómo vas a obtener seis
créditos por gastar tus horas en semejantes minucias. Querido David
-repuso Nerea-, estos pequeños detalles son los que dan a un ensayo
la perfección de la cuadratura del círculo, la de las pirámides de
Egipto.
Creo que debes perdonar mi intromisión puesto que no soy lego en las
reflexiones concernientes al arte de la literatura, sin embargo me
aventuro a indicar que el eje del asunto estriba en el modo de
expresión filtrado mediante su contexto propio. Y de ese modo toda
comparación resulta instructiva. El señor Freud se sumergió por la
ribera del chiste y arribó a la circunferencia completa de la vida y
don Antonio por la de la esperanza inteligente atracó en puerto
semejante, observa la trigésimo primera epístola: “... el amor
no solo influye en nuestro presente y en nuestro porvenir, sino
también resuelve y modifica nuestro pasado. ¿O será que, acaso, tú
y yo nos hayamos querido en otra vida? Entonces, cuando nos vimos, no
hicimos sino recordarnos. De este modo, es muy posible que en otras
vidas nos volvamos a querer, y eso daría un gran encanto al más
allá. Y ahora recuerdo un cantar mío -cosa rara de mí- que no se
si has leído:
¿Qué
es amor?, me preguntaba
una
niña. Contesté:
Verte
una vez, y pensar
haberte
visto otra vez.
Nerea, atenta y cabizbaja debido a la precisión que exige el
análisis morfológico de un reputado poema asentía con la cabeza.
Una vez finalizado el discurso de David levantó suavemente el rostro
y dirigiéndose a David arguyo con emotiva nostalgia que esa teoría
del amor es tan antigua como “el Banquete” de
Platón. El hecho de que las Universidades españolas de la época
estuvieran bajo el yugo de la iglesia no eliminó la inteligencia de
la nación. ¡ Tú y yo hemos conversado en repetidas ocasiones
acerca de este asunto! -exclamó Nerea-. David quien lo había
aprobado todo en Junio se marchó a ver Trainspotting en el cine de
verano, ahí estarían todos sentados en las clásicas banquetas de
madera con su caña de cerveza en la mano.