11 oct 2011

El Político y la Metafísica

Hace un par de días, me sorprendería, arrancándome una sonrisa, la definición establecida por un catedrático de universidad en relación a la longeva y sibilina materia de la Metafísica. Según el mentado docente, la Metafísica omnium scientiam capacissima no sería sino “el conocimiento del Todo”. ¡Saber nada desdeñable! Sin apaños, zarandajas ni inmodestia la Metafísica no se conforma, a diferencia de otras ciencias, con aquilatar y deslindar una porción determinada de la realidad. ¡Nada de eso! La Metafísica es ciencia de altos vuelos y buena muestra de ello es su desmesurada propuesta de abarcar el Todo a procura de un saber compacto, homogéneo y tan extenso como el propio universo mundo. Y el Todo no debe de ser cosa de poca monta. Pero ahí, en el conocimiento del Todo, residen las ventajas del avezado metafísico. Éste poseerá un conocimiento tan amplio y profuso que estará capacitado para divagar sobre las pruebas de la existencia de Dios, preparar un cocido madrileño, calcular la trayectoria de un satélite orbitando sin control alrededor de la tierra, reparar una cañería averiada e via dicendo porque a quien conoce el Todo, no se le escapa nada. Prognosis de un saber robusto. El metafísico y la Metafísica cierran el círculo perfecto del conocimiento y, a semejanza de un Ente dotado de los atributos divinos del Dios Cristiano, ciernen la totalidad de la realidad en una especie de compacta omnisciencia.
Frente a esta jugosa perspectiva de poseer ese augurado conocimiento del Todo, cabría especular con la posibilidad de adiestrar a nuestros políticos en arte tan excelso. ¿Imaginan las ventajas de parecida formación? El político-metafísico, o sea, el político iniciado en el supremo arte y ciencia de la Metafísica, ofrecerá unos servicios incalculables al grueso de la sociedad. Será capaz de deslumbrar al hemiciclo con sus consejos, disposiciones, recursos oratorios y alocuciones cargadas de sopesadas reflexiones fruto de un entrenamiento mental acostumbrado a lidiar con el Todo. Asimismo podrá apelar, si la situación lo requiriese, a los mamotretos de Teología y los Padres de la Iglesia afín de zanjar espinosas cuestiones de moral pública o citar a los teóricos decimonónicos de la Democracia ante la necesidad de buscar y proponer diversas soluciones a los problemas socio-económico perfilados en nuestra más reciente actualidad. Pero no sólo eso. En tiempos de crisis, el político-metafísico dispondrá unas medidas de ahorro excepcionales: en vez de propiciar los recortes de la esfera pública, éste accederá a supervisar las labores de varios ministerios a un mismo tiempo – dada su pericia, competencia y conocimiento del Todo- prescindiendo para ello de los ministros del ramo y evitando, de este modo, un gasto excesivo en estipendios y honorarios. Fundirá, pues, las diversas funciones ministeriales – ya sea economía, educación, defensa y todas las que se le antojen- en un solo ministerio cuya responsabilidad recaerá exclusivamente en su persona. Tal vez así, si conseguimos ahorrarnos el sueldo de unos cuantos ministros excedentes, dispongamos de un campo de maniobras lo suficientemente ancho como para escaquearnos y resguardarnos del impúdico desmantelamiento del Estado del Bienestar planificado al unísono por el F.M.I, el B.C.E. y los países con más peso en la U.E. ¡Nada de privatizar aquí y acullá o asfixiar a la Educación y la Sanidad pública a base de indiscriminados recortes presupuestarios y reducciones de plantilla! Aquí hacen falta muchos más políticos-metafísicos porque, a la postre, todas esas medidas de rehabilitación económica no redundan sino en beneficio de los más ricos y poderosos; degradan el espacio público y por ende acentúan las desigualdades sociales ¡Pan para hoy y hambre para mañana! Tomemos al toro por los cuernos y no nos aprovechemos de la renqueante coyuntura económica para darle el golpe de gracia al Estado del Bienestar.
En estos términos y para combatir la sangría del espacio público, el apósito más adecuado radica en la inmediata implantación de una red de escuelas de Metafísica en donde nuestros políticos adquirirán una formación en ciencia tan provechosa. Nada de escarabajos peloteros, diligentes cumplidores del F.M.I. y el B.C.E; trapaceros, farfulleros o prometedores de naderías. Leires Pajines, Sorayas Santamarías, Pepitos Blancos y cía. Hacen falta auténticos políticos-metafísicos si queremos emanciparnos de la égida de los mercados y sus fuleros especuladores. Sin esta renovada gama de hombres y mujeres, encargados de la función pública del Estado, todo intento de reanimación económica estará abocado a poner en marcha las medidas de constricción pública y ahorro dictaminadas desde los máximos organismos económicos de Europa. Y antes de pasar por el angosto aro neoliberal, aboguemos en favor de una trasformación substancial del político al uso, en político-metafísico.
Gracias a esta modificación cualitativa de nuestros representantes políticos, mataremos dos pájaros de un mismo tiro: en primer lugar acabaremos con las inevitables prebendas y favoritismos de una carrera política forjada stricto sensu en correspondencia recíproca a la exclusiva pertenencia y dedicación al Partido: el Partido te lo da, el Partido te lo quita. El Partido asemeja a una lanzadera de políticos carentes de la adecuada formación que los capacite para ponerse al frente de ministerios, carteras ministeriales o cargos de alta responsabilidad. En segundo lugar, el político-metafísico prescindirá inmediatamente de toda la parafernalia que acompaña a su función: portavoces, chófer personal, cocineros, guardaespaldas y hasta redactores de discursos. A guisa de la educación recibida durante sus años de aprendizaje en las Academias de Metafísica, el político-metafísico podrá desempeñar sin ningún problema tareas tan dispares. Como todo hijo de su madre, no tendrá reparos en embozarse el delantal o ponerse al volante del designado vehículo blindado cada vez que decida acudir a su despacho o el Parlamento. ¿Velar por su propia seguridad? Ya nos encargaremos de dispensarle un curso de defensa personal durante sus años de aprendizaje en las Academias de Metafísica.
Además de esta sustanciosa reducción del presupuesto público invertido en el sustento de las diversas carteras ministeriales y la manutención diaria de nuestros políticos, el nuevo modelo de político-metafísico nos brindará la inestimable oportunidad de finiquitar otros tantos asuntos o dilemas de no poca enjundia cuando adviene una crisis de estas dimensiones. Por ejemplo: desprenderse de los honorarios suplementarios vertidos a los traductores encargados de dar cabal cuenta de cada una de las sesiones políglotas en el Senado. Todo político-metafísico manejará el latín a la perfección y esta lengua se convertirá en el idioma oficial de las reuniones del Senado. Ni castellano, catalán, valenciano, vasco y gallego: latín, como a la vieja usanza. Así aparcaremos la confusión babilónica de tanta lengua romance embarullándose en el Senado. Pero no sólo el Latín y el Griego obligatorios. Al político-metafísico se le exigirá un dominio exquisito de las lenguas oficiales de la Unión Europea: Inglés, Francés, Alemán e Italiano. A lo sumo, lograremos maquillar la bochornosa imagen exhibida por algunos de nuestros duchos representantes políticos, cuando acuden a los encuentros de los máximos mandatarios europeos con el trujamán de turno bien pegadito a sus costados porque su conocimiento de ajenas lenguas se reduce al español asambleario ¡Todo sea por el ahorro y el bienestar general! Si la duquesa de Alba se desprende de sus manoletinas y todavía nos deleita bailándose unas sevillanas el día de su boda, ¡qué no se le podría exigir a un individuo o individua representando a todo un país! Lo dicho: menos tijeretazos y más políticos-metafísicos porque, como bien aducía el mentado catedrático, la Metafísica regina artium es el conocimiento del Todo y con políticos en posesión de tan preciado saber seguro que nunca más oiremos hablar ni de crisis ni de recortes ni de apretones de cinturón.

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