Sin duda alguna, España no es un país como otro cualquiera. Al cabo de su historia, numerosos serían aquellos que, acuciados por un insaciable espíritu de aventuras, acudirían prestos a recorrer cada uno de los rincones de esta tierra única en toda Europa. Una tierra de pícaros, bufones, cortesanas, meninas, saltimbanquis, trovadores, tahúres, buhoneros, doncellas, donjuanes, truhanes, malandrines, bandoleros, hidalgos, santurrones, peregrinos y escuderos, donde sus gentes, su clima, folclore, exotismo y arraigadas tradiciones han merecido durante algún tiempo la estima y admiración de audaces vagamundos tratando de emular cada una de las hazañas del incombustible Don Quijote de la Mancha. Desde los caballeros andantes encomendados al honor de sus hermosas señoras, hasta escritores tales como Brenan, Mérimée o Montherlant, todos se han rendido ante la belleza persuasiva de aquella su pintoresca geografía y han experimentado ese desatado entusiasmo destilado del fondo arcaico de una tierra forjada con las huellas que sus innúmeros peregrinos han grabado en la memoria colectiva de sus moradores. Pero España no sólo ha despertado el entusiasmo, sino también la sorpresa y admiración de toda Europa, al comprobar los sacrificios y penitencias de sus gentes a despecho de los repetidos devaneos de políticos y gobernantes desalmados, haciendo de España un desaliñado berenjenal donde el ciudadano se desangra a base de impuestos abusivos, salarios irrisorios y el terrorismo encubierto de los bancos. Todo lo cual se acompaña, para mayor escarnio, de la paulatina degradación de una casta política salpicada por continuos escándalos de corrupción, cohecho y prevaricación.
La guinda del Gran Tinglado Español, reside, sin embargo, en el palpable descontento de una juventud que asiste a este bochornoso espectáculo llevándose las manos a la cabeza – y otras partes menos nobles- en un comedido gesto de hartazgo y desafecto. No es ningún secreto que España se encuentra sumida en una profunda crisis tanto económica como moral y social, la cual, se ha llevado por delante el futuro de muchos individuos y familias. Además, la crisis, se ha ensañado especialmente con la porción más bisoña de la sociedad española y más aún se cebará en años sucesivos, según todas las previsiones, con la que se ha dado en llamar la “generación española mejor preparada de los últimos veinticinco años”. Una generación embebida, empapada de cosmopolitismo, excelente conocedora de otras culturas e idiomas, cuya tan alabada madurez y prurito intelectual se vería claramente reflejado el pasado jueves 7 de abril en su tímida afluencia a la manifestación convocada en Madrid a cargo del movimiento “Jóvenes sin Futuro”. Una cifra de asistencia a la manifestación que no valdría ni tan siquiera mentar porque traería inmediatamente aparejada la chanza, burla e indignación: entre dos mil y cuatro mil participantes según las consabidas y dispares estimaciones de la Policía Nacional y los organizadores del acto.
Quizás, al igual que en la vetusta tierra castellana de Don Quijote, en esta España de la insana democracia bipartidista, todo sea el producto de quimeras, embaucamientos y añagazas recreadas gracias a los abracadabrescos manejos de rumbosos merlines y astutos encantadores que nos han infundado ladina e intencionadamente la mendaz creencia en una crisis galopante, que cuanto más, está afectando y afectará a nuestra juventud. Tal vez, todo sea el producto distorsionado de una ilusión porque nada de otro género explicaría la escasa implicación de la “juventud sin futuro” en la manifestación del pasado jueves 7 de abril. Si con tal trampantojo pudiésemos explicar la remolona e incomprensible actitud de una juventud constreñida a padecer los aciagos designios de un negro porvenir, entonces no cabría sino guardar silencio y alabar su tan sabia y acertada decisión de permanecer en sus lechos, bien recogiditos entre sábanas de algodón y franela, mientras unos cuantos locos y atrevidos salían a la calles de Madrid, para tratar de pedir cuentas al Maligno Hechicero Gubernamental. Con todo, parece que más allá de genios malignos y torticeros encantadores, la realidad española no tiene nada que ver con la zascandil voluntad de un malhadado hechicero. Aquellos que valientemente se echaron a rodar por la calles de la madrileña Atocha, estaban perfectamente en sus cabales, sabedores de la enorme importancia de semejante insubordinación juvenil, a la hora de hacer llegar sus protestas y reivindicaciones la opinión internacional y la sociedad española en su conjunto ¿Quién sabría pronosticar lo sucedido si aquella dichosa mañana doscientos mil jóvenes nos hubieran mostrado su enconado malestar plantados ante las puertas del Congreso de los Diputados? Esto nunca lo llegaremos a saber con certeza, porque la tan preparada juventud española, considera de mucha mayor enjundia para sus inmediatas perspectivas de futuro, salir en masa a la calle con la intención de rendir tributo a la añorada Selección Nacional tras su memorable proeza sudafricana. Si ni tan siquiera la mitad del brío, fuerza, coraje y vitalidad de aquella enfervorecida “marea roja” clamando el nombre de sus héroes, hubiera restallado el pasado jueves en Madrid, la aparición sobre el pizpireto proscenio político de la “juventud sin futuro”, habría ocupado la primera plana de muchos periódicos e informativos y dado que pensar al Gobierno y la sociedad en su conjunto.
Pero semejantes tragaderas, adocenamiento y espíritu lacayuno de la juventud española, dice mucho acerca de su “modélica” y “aventajada” formación que contrasta irremisiblemente con los continuos agasajos de padres, institutores y pedagogos halagando las virtudes de una generación condenada a portar en sus espaldas la pesada carga de un incierto porvenir, cercenado gracias a la nefasta gestión de Gobierno y Oposición. Es por tanto harto paradójico. Algo que ni el más avezado sociólogo podría iluminar ¿dónde está esa Juventud sin Futuro? Aquella rumorea en las entrevistas televisas, murmura en los corrillos de amigos, zurrea en los bares, bisbisea en cada esquina, bate las palmas y remueve Roma con Santiago para darnos a entender que anda sumida en una situación desperada, pero, cuando llega la hora de la verdad y las habladurías deberían hacerse realidad, todo vuelve a la calma chicha de siempre, el Sol se eleva como cada mañana por los balcones de Oriente, la naturaleza de las cosas sigue su curso implacable hacia un incierto futuro y la juventud se regocijará, como en tantas otras ocasiones, entre las luengas haldas de su apático conformismo, mientras los medios de comunicación publican las cifras oficiales de la manifestación que no harán sino arrancar un “bendita juventud” y algunas sonrisas de conmiseración a los de siempre.
Después de todo el bombo y platillo desplegado desde el movimiento “Juventud sin Futuro” en la llamada a la defraudada movilización juvenil, la plana mayor del Gobierno y la Oposición se sentirán mucho más reconfortados habiendo sido testigos de cómo la última prueba de fuego de la “generación española mejor preparada de los últimos veinticinco años” le ha salido a pedir de boca. Todo se dispone conforme a los designios de Gobierno y Oposición. Sin las movilizaciones de una inexistente clase trabajadora, con unos sindicatos firmemente controlados comiendo de la mano que les da de comer y una desvencijada juventud más preocupada en acudir religiosamente a las aulas y acatar con resignada benevolencia las socaliñas y triquiñuelas del estamento político, el Gobierno y la Oposición han superado el último escollo que les faltaba para campar a su anchas por el Parlamento e imponer y dar rienda suelta a los caprichos de su antojadiza voluntad.
Tras lo acaecido el pasado jueves en Madrid, ya no cabría más que plegar sumisamente los labios dando cumplida cuenta de que cada uno tiene lo que bien se merece porque cada uno es artífice de su ventura. España merece, por un lado, el pampaneo y cencerruna desenvoltura de una sociedad danzando al son de unos recortes sociales vergonzosos, dictados por la voracidad de los mercados financieros, mientras, por el otro flanco, hace acopio de mucho estómago estimando el dichoso entretenimiento de contemplar casi a diario la grotesca narizota de una “princesa del pueblo” desfilando por los plató televisivos de toda la península. España tiene lo que ella misma se ha forjado, porque en el humillado silencio de toda una sociedad se trasluce la aceptación tácita y reverencial del orden social impuesto desde arriba. En España todo el mundo tiene algo que decir, en especial la juventud. Despotricar contra Gobierno y Oposición se ha convertido en ocioso pasatiempo nacional, pero cuando llega la hora de la verdad las temidas agallas ibéricas se trastocan en las trágalas y canguelo del pavoroso Sancho Panza. España tiene, pues, lo que se merece, aunque tras la cura de humildad del pasado jueves, cabría, al menos, que alguien se indignase supinamente en este país, dado el cariz que han tomado las recientes medidas de austeridad adoptadas por el Gobierno y una Oposición ansiosa de hacerse cuanto antes con las riendas del Estado. Pero ante todo tomémoslo con la calma y sosiego que siempre nos ha acompañado. Ahora llega la Semana Santa y durante este período de recogimiento y recato espiritual, esperemos que la juventud española dedique gran parte de su tiempo a meditar mucho más calma y detenidamente sobre su inmediato porvenir en esta España donde pululan malandrines, santurrones y, sobretodo, astutos encantadores, antes de de que la fuerza se le vaya demasiado por la boca y las acciones no vayan a la zaga de sus palabras y reclamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario