El malestar europeo: una respuesta a la crisis neoliberal.
Un descontento generalizado recorre Europa a semejanza de aquel amenazante fantasma descrito por Marx al inicio del Manifiesto Comunista, aunque, en este caso, travestido y encarnado por toda una oleada de huelgas, desplantes, escarceos, manifestaciones, protestas y rebeliones populares en respuesta a los abusivos recortes sociales aprobados con carácter de urgencia en diferentes estados del territorio europeo para embridar el desbocado caballo de las financias, ponerle freno a la crisis y darle un nuevo impulso a la esclerotizada maquinaria económica. Para tratar de frenar las trepidantes fugas de capitales - atemorizados ante el oscilante tambaleo de los mercados- la camarilla de petimetres europeos reunidos al auspicio de sus más ilustres homólogos internacionales – fervorosamente convertidos al credo neoliberal- decidirían atajar la tumultuosa desbandada del codiciado “capital”, destinando una suma considerable de los presupuestos estatales a la salvaguarda de bancos y cajas de ahorro afectados por la inminente irrupción de la crisis financiera en la zona euro y asimismo abocados a una pérdida sustancial de su poder adquisitivo. Una irremisible caída en picado que podría llevar al completo hundimiento del avasallador modelo político-económico adoptado por las pseudo-democracias occidentales – y más tarde exportado al resto del mundo- tras la caída del Muro de Berlín y el pronunciado basculamiento del mundo hacia un nuevo orden y hegemonía económicas.
Pero, visto lo visto, uno nunca sabrá que hubiera sido preferible: si la extinción definitiva de un sistema político-económico torticero, explotador y erigido sobre un terreno social sembrado de profundas desigualdades sociales camufladas gracias a la retórica prestidigitadora del discurso democrático, o bien, al contrario, la re-actualizada perpetuación de la “dictadura bancaria” acentuada por la mano cainita de un mercado – de ningún modo “invisible” como mantenía ingenuamente Adam Smith porque esta mano cainita es tan visible que explota, avasalla y asesina- apuntalado tras la adopción de todo un paquete de medidas económico-sociales, - reunidas bajo el engañoso marbete de “políticas de austeridad”- destinadas a suprimir de un plumazo los servicios y garantías sociales conquistadas por los ciudadanos después de una larga lucha, sacrificio y dedicación histórica a una causa tan difícil de obtener como han sido los derechos sociales del individuo. Una causa amputada de una sola y certera estocada en cuanto los mecenas del nuevo orden mundial, llevados al borde del precipicio a consecuencia de sus propios desfalcos, abusos y confianza ciega en los infalibles resortes del mercado, se han visto con el agua al cuello y no han tenido más remedio que elevar un poco la voz suplicante para verse inmediatamente recompensados con la munificencia gratuita de los grandes mandamases internacionales en un intento desesperado para sacarles del aprieto con la presurosa inyección de un dinero público, recaudado gracias a los impuestos del ciudadano, que les vendría como agua de mayo para seguir propagando su credo inquebrantable.
A pesar de la avezada ideología neoliberal, estrechamente ligada a la primitiva idea de un mercado autorregulado por la concurrencia de los diversos actores económicos en la búsqueda de un interés propio que, a la postre y como por ensalmo, no conseguirá sino generar el máximo bienestar para el conjunto de la comunidad, la realidad cotidiana no deja de ser sino otra muy diferente y alejada de tales utopías económicas. Si espulgamos detenidamente las estadísticas observamos que en los países dónde aquel sistema fuese recibido con mayor muestras de devoción y regocijo – particularmente Inglaterra tras la llegada del huracán thatcheriano y la modélica Irlanda alabada y aplaudida por los pregoneros del F.M.I - las riquezas no se encuentran, ni muchos menos, mejor repartidas sino que, al contrario se acumulan cada vez más entre las manos de unos pocos. El advenimiento de una democracia conchabada con el credo neoliberal, a la larga, acarrearía la fementida ilusión en una mayor igualdad social provocada por el aumento exponencial de la riqueza junto con el auge de una remodelada clase media de nuevos ricos, nuevos ciudadanos y nuevos consumidores. La pantalla de humo avivada por el consumismo desenfrenado y la boyante abundancia material se propagaría a medida que la reciclada clase media, imbuida de la nefasta propensión hacia el “way of life” importado desde los Estados Unidos, se imbricara más y más en los engranajes de un modelo de crecimiento que tan sólo lograría favorecer a los grandes mecenas del mercado. Un sistema, por otro lado, erigido en torno a una sutil forma de dominio encubierto: préstamos, hipotecas, créditos manejados con la vetusta, pero aún eficaz, artimaña del “miedo”, en este sentido, el pavor ante el desempleo – considerado como una forma de fracaso social- y el continuado temor al desahucio. Si a entrambas formas de “terrorismo de estado” le unimos el bochornoso espectáculo de una clase política bufonesca, nos daremos de bruces con ese frustrante malestar que se cierne sobre buena parte del planeta.
Así las cosas, el apetito insaciable del tiburón neoliberador pretendía asestarle un golpe definitivo a la sociedad, para darle al César lo que es del César, aumentado, ensanchando o dilatando su pulposa esfera de influencias allende los límites naturales del asalariado – ya que un individuo no entraría plenamente en la dinámica avasalladora del neoliberalismo sino una vez que ocupase un puesto de trabajo y comenzase a percibir un estipendio- hasta la absorción definitiva de la categoría social “estudiantil” en un intento desesperado para grabarles e inculcarles cuanto antes las reglas estipuladas en la doctrina neoliberal del mercado soberano. Por ello, de un tiempo a esta parte, hemos asistido a la aparición de la banca en universidades e institutos, simbolizando majestuosamente la definitiva alianza entre el capital económico y el mundo universitario con la sola intención de colocar lo antes posible al “estudiante” bajo la férula del todopoderoso mercado. Una estrategia llevada a cabo paulatinamente, comenzando por la reforma de los estudios universitarios, la substancial disminución de las ayudas estatales para la financiación de los estudios y su posterior suplantación o sustitución por las llamadas “becas-préstamos” gestionadas por bancos y entidades de crédito. A tenor de las ya mentadas reformas iniciadas hace apenas cuatro años con la puesta en marcha del criticado Proyecto Bolonia dentro del espacio Europeo que convertiría la universidad en una junta de inversores, se entiende a la perfección la previsible reacción de los estudiantes ingleses ante el anuncio del gobierno Cameron de una subida sin precedentes en el precio de las matriculas – hasta triplicar las tasas actuales-, alegando la necesidad de fortalecer la competencia mercantil de las instituciones de enseñanza y de paso acabar con los incesantes problemas de la financiación universitaria acumulados desde la escabechina privatizadora emprendida por el celo de la señora Thatcher. Como se podría inferir de esta ejemplar aberración inglesa - uno de los países dónde el credo neoliberal ha calado con mayor profusión- el principal problema del liberalismo económico en nuestras días se concentra en la necesidad connatural de ampliar sus competencias administrativas para continuar financiando y conservando la inercia propia de su dinámica evolutiva, esto es, su proceso de privatización. Así, a medida que el emporio mercantil aumenta su talla se encuentra automáticamente impelido a buscar nuevas fuentes de financiación que le permitan continuar y mantener su ritmo de crecimiento habitual. De este modo nadie se sorprenderá si al cabo de unos cuantos años, un infante se viese obligado a pedir un préstamo – el cual no comenzaría a pagar sino una vez alcanzada la mayoría de edad- para poder pagar las tasas de la guardería y recibir los rudimentos de su primera educación así como la primera lección del dogma mercantilista. No es ninguna ilusión, habida cuenta que esta misma semana los gerifaltes europeos se reúnen para evaluar la crítica situación de Irlanda a punto de proclamarse en bancarrota, sin mentar una sola palabra acerca de los parabienes que este mismo país recibiese años atrás tras haber adoptado con asombrosa celeridad las medidas de “austeridad” dictaminadas por el F.M.I y sus allegados mandatarios internacionales. Tanto más cuanto el caso de Irlanda podría considerarse como un inestimable ejemplo del fracaso implícito en la aplicación de las sopesadas “políticas de austeridad” neoliberales para pararle los pies a la crisis. Unos recortes en las garantías sociales de la ciudadanía que, por desgracia, no servirán sino para engordar las cuentas bancarias de los nuevos mecenas del mundo, propagar la sibilina dictadura de los bancos y estrechar los vínculos de amistad entre los poderes económico y político
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