Quienes como yo forman parte de la generación de jóvenes entre veinte y treinta y tantos años, con estudios superiores o universitarios saben bien lo que significa haber sido educado en los valores del esfuerzo y la recompensa.
“Hijo estudia que el día de mañana seas alguien, no como tus padres trabajando todo el día como borricos”
“Hijo saca buenas notas que el tiempo traerá la recompensa”
Para los hijos de la clase obrera llegar a la universidad, incluso a la formación profesional altamente cualificada era otear otros horizontes. De repente nos convertimos en saltarines sociales, apareció cierto respeto familiar, en el barrio, incluso, podías notar que te miraban de otra forma.
“Hijo, tú termina tu carrera, que ya verás como cuando termines te colocas”
Y en ese camino, o en ese salto con pértiga algunos nos fuimos politizando, intuyendo como funcionaba el sistema y qué lugar acabaríamos ocupando en él. Por un momento temimos que nos convertiríamos en un engranaje más del capitalismo, voces de nuestro amo trabajando para el enemigo, contra los intereses de nuestra clase. Una clase social olvidada e inconsciente de sí misma, sumergida en letras y el tan anhelado como engañoso consumo de la clase media.
Pero la realidad ha sido más dura, hemos terminado nuestras carreras y salvo honrosas, pero precarias excepciones, no hemos encontrado trabajo, nuestros horizontes vitales se mueven entre las oposiciones a funcionarios y los trabajos sin ninguna cualificación. Somos fuerza de trabajo cualificada dispuesta a trabajar en las peores condiciones: Becarios, sin contrato, por menos de 300€ mensuales, ocupando puestos de profesionales recién despedidos… No sólo nos alegramos, nos felicitamos e incluso nos felicitan cuando esto ocurre, sino que, mientras esperamos y buscamos una “oportunidad”, nos culpamos por no estar suficientemente preparados, “no aprendí idiomas…”, “tendría que saber más informática”, por no buscar con suficiente ahínco o no habernos bajado los pantalones en algún momento…
Pues no, si el mercado laboral es una mierda no es mi culpa, la culpa es del capitalismo que ha hecho de todo un mercado y de todos nosotros productos que se compran y se venden y si de algo soy culpable es de no salir a quemar las calles.
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