Si echásemos una ojeada al mapa político de Europa Occidental, no sería ni mucho menos posible pasar por alto una singularidad propia del panorama europeo: el vertiginoso avance de una remozada ideología de Derechas conchabada con la oligarquía financiera mundial. Desde Varsovia hasta Lisboa el temido Leviatán neoliberal, adobado con el resplandeciente disfraz democrático, porta en una mano el cetro del soberano garante de las libertades inalienables del ciudadano, mientras que en la otra enarbola los principios fundamentales de la nueva religión capitalista. De este modo la legitimación del poder, - antaño asegurada gracias al subterfugio religioso en donde el soberano encarnaba los designios de la voluntad divina- se trastoca a día de hoy, como bien señala Marcel Gauchet, en una consabida decisión popular avalada por la voz de las urnas y los caprichos y trapisondas mucho más terrenales y tangibles de otra voluntad del todo diferente: el poder económico planetario. Una vez la religión se desgajase del proceso legitimador del poder, el vacío creado en su ausencia, sería inmediatamente colmatado por los designios de la voluntad popular dimanada de las urnas y arropada de pomposas libertades democráticas, sin tener en cuenta, que la alabada democracia, flaquearía mucho más tarde, allanando el camino para la instauración de otra clase de poder legitimador actuando a la sombra de las mismas instituciones democráticas.
Tras la caída del muro de Berlín, la desestructuración de la Unión Soviética, el fin de la Guerra Fría y el progresivo debilitamiento de la ilusión marxista, el Occidente de la resistencia fascista y la lucha descarnada por la Liberté, Egalité et Fraternité se ha visto envuelto en un arrebatado proceso de desmantelación ideológica. Un fenómeno de a-politización respaldado gracias a la deleitosa añagaza de la prosperidad económica, la expansión de una renovada ideología conservadora que ha conseguido hacerse con la mayoría de las cancillerías europeas y la adopción de un modelo cultural rubricado con los valores propagados por esta nueva Derecha. Y digo renovada porque esta nueva Derecha tratará ante todo de labrarse una reputación alejada de la imagen ñoña y anticuada que nos ha legado la historia de un movimiento cuya mayor amenaza radicaba en la conservación de toda una serie de valores heredados de una tradición opuesta al progreso, el cambio o modificación de las jerarquías sociales y el advenimiento de la endiablada democracia.
No dejará nunca de ser paradójico que en apenas veinticinco años, la Izquierda, heredera del Iluminismo dieciochesco, haya prácticamente desaparecido del panorama político europeo, amilanada, amedrentada y al mismo tiempo desplazada a causa del forzado empuje de una subversiva mundialización que ha enormemente favorecido el asentamiento definitivo de esa nueva Derecha abanderada con el manido emblema de la pluralidad y libertades democráticas. Como sugiere Raffaele Simone en su último libro Il Mostro mite, una de las mayores ventajas con las que cuenta el idiolecto aderezado por la nueva Derecha europea, yace en la inesperada simbiosis entre el paradigma cultural adoptado en Occidente y la cosmovisión, esto es la forma de entender el mundo, propagados desde los cenáculos y think-tanks de la Derecha. En este sentido, la ideología modelada en los baluartes de la Derecha cuenta con el impagable espaldarazo de una cultura global que le asegura su buena marcha e imbricación en los resortes de la sociedad moderna. Uno de los puntos más destacados del idiolecto fraguado en estos círculos de la Derecha radica en la importancia otorgada a la actividad económica por encima de cualquier otra actividad humana: el ejercicio de la libertad se llevaría a cabo única y exclusivamente a través de la actividad económica. Una sociedad acorazada contra el despotismo de la Izquierda – reza el credo capitalista empleado desde la Derecha- es aquella donde todos los individuos podrían alcanzar la felicidad absoluta – o relativa- gracias al laboreo esforzado, los tejemanejes del mercado y la buena salud de la economía nacional. Estas son las tres claves principales del armatoste ideológico de la nueva Derecha, conjugadas, atendiendo a las necesidades de cada territorio, con temas de diferente envergadura que van desde el terrorismo, a la seguridad y la inmigración. Todos absolutamente todos, desde el zapatero remendón hasta el hijo de un importante mecenas empresarial, gozarían del inestimable trampolín económico para hacer realidad sus sueños y alcanzar la ansiada felicidad. La búsqueda del interés individual, en este caso concreto, nos dicen, se trastocaría en el bienestar general, según relataba Mandeville en su famosa fábula de las abejas.
Aunque la realidad no deja de ser muy otra de aquella promulgada por el morboso idealismo de la Derecha, a principios de los años 80 la fábula de Mandeville parecía tomar cuerpo en un Occidente inseminado con el pérfido way of life importado de las Américas y sazonado con la aparatosa opulencia y crecimiento de una sociedad engatusada por los destellos cegadores del boom económico. Esta coyuntura económico-social propiciaría, a la postre, la lenta cristalización de una estructura social emponzoñada con las taimadas zalemas de un pseudo-desarrollo económico pregonada desde las altas esferas de esa Derecha cosmopolita aliada con los agentes económicos portavoces del exuberante enriquecimiento europeo. Las condiciones sociales fraguadas tras la implosión de la bienvenida prosperidad europea y el continuo desgaste de una Izquierda de capa caída, le vendrían pintiparadas a esta Neo-derecha.
De la noche a la mañana, la imagen de la Izquierda comenzaría a destilar un tufillo rancio, un efluvio de anacronismo y antigualla que desde muchos sectores de la sociedad no dudarían en equiparar a la fragancia de una retrógrada ideología incapaz de adaptarse a los aires de la modernidad porque se hallaba anclada en el pasado y tan sólo constituía un pesado lastre para el despegue económico y desarrollo de la sociedad. A falta de un discurso coherente elaborado conjuntamente desde la Izquierda, ésta decidiría tomar el camino más fácil: adherirse al gran poder económico manteniendo intacto el marbete de la lucha por la libertad, el socialismo, la pluralidad y los derechos. Entretanto, mientras la Izquierda trataba de ofrecer una imagen en consonancia con el nuevo orden mundial que le llevaría a perder definitivamente sus señas de identidad, la Derecha sabría arreglárselas a las mil maravillas en su conversión al cosmopolitismo neoliberal. Los años 90 y la llegada del nuevo milenio no nos han dejado resquicio para la duda: la Derecha se rehace y asume su papel de fiel escudero de los todopoderosos mecenas del mercado a la par que la Izquierda vive sumida en una crisis sin precedentes desde la época de las Luces. El nuevo siglo nos hará asimismo partícipes de la remodelación, o en otras palabras, desintegración de aquella Izquierda crítica y combativa a favor de otra Izquierda constreñida, amancebada, carente de ideas y embreñada entre las luengas y pobladas haldas del Único, Omnipresente y Omnipotente Fátum de los destinos humanos: el engranaje del poder monetario internacional.
Esta paulatina desaparición de una Izquierda combativa, ahora asimilada a la ideología mercantilista, llevaría a muchos analistas contemporáneos, como el señor Francis Fukuyama, a proclamar el Fin de la Historia porque ésta habría tocado su techo natural una vez se produjese esta adecuación entre democracia y neoliberalismo. La paralización de la dialéctica hegeliana daba buena muestra de ello. Desde el mismo momento en que se aniquilaba el contrapeso equilibrador de la Izquierda en el terreno transformador de la ideología, el progreso, la evolución y con ello la Historia habrían llegado a su fin. En ese momento el devenir se recubriría de una grisácea monotonía, un fatalismo concitado por las escasas o nulas esperanzas de cambio y modificación. Tan sólo restaba mirar hacia otro lado y dejar pasar el tiempo. Con todo, la Historia continúa su andadura y la imposición de un pensamiento único en pro de una Derecha viviendo una etapa dorada, no sólo se deja sentir en el lisérgica, fascinadora y turbia dialéctica hegeliana mentada por Fukuyama, sino también en algunos fenómenos muchos más cercanos, tangibles y palpables. Por ejemplo si atendemos al debilitado modelo de la democracia multicultural vemos como éste ha sido recientemente ninguneado – debido a esa carencia de un efectivo contrapeso político- a tenor de una crisis económica que ha dejado entrever quién mueve los hilos del mundo y quienes, a pesar de las urnas, manejan los asuntos del Estado. Pero esto no es todo, a día de hoy incluso se pone en duda la legitimidad dimanada de los procesos electorales habida cuenta de una elevada tasa de abstención que no hace sino trocar la llamada voluntad general en la voluntad de una minoría con intereses propios allende lo meramente político. Cabría tratar el fenómeno de la abstención – aprovechado por la Derecha para hacerse con el control de algunos estados- con mucho más tiento y atención, pero, en definitiva, esto no parece a priori sino una consecuencia directa de la creciente desafección de la ciudadanía hacia aquellos que se suponen deberían gobernarnos y a posteriori un síntoma patente de aquel tipo de dominación suave predecida con admirable anticipación por el genio indiscutible de Tocqueville en De la démocratie en Amérique,
Tras la caída del muro de Berlín, la desestructuración de la Unión Soviética, el fin de la Guerra Fría y el progresivo debilitamiento de la ilusión marxista, el Occidente de la resistencia fascista y la lucha descarnada por la Liberté, Egalité et Fraternité se ha visto envuelto en un arrebatado proceso de desmantelación ideológica. Un fenómeno de a-politización respaldado gracias a la deleitosa añagaza de la prosperidad económica, la expansión de una renovada ideología conservadora que ha conseguido hacerse con la mayoría de las cancillerías europeas y la adopción de un modelo cultural rubricado con los valores propagados por esta nueva Derecha. Y digo renovada porque esta nueva Derecha tratará ante todo de labrarse una reputación alejada de la imagen ñoña y anticuada que nos ha legado la historia de un movimiento cuya mayor amenaza radicaba en la conservación de toda una serie de valores heredados de una tradición opuesta al progreso, el cambio o modificación de las jerarquías sociales y el advenimiento de la endiablada democracia.
No dejará nunca de ser paradójico que en apenas veinticinco años, la Izquierda, heredera del Iluminismo dieciochesco, haya prácticamente desaparecido del panorama político europeo, amilanada, amedrentada y al mismo tiempo desplazada a causa del forzado empuje de una subversiva mundialización que ha enormemente favorecido el asentamiento definitivo de esa nueva Derecha abanderada con el manido emblema de la pluralidad y libertades democráticas. Como sugiere Raffaele Simone en su último libro Il Mostro mite, una de las mayores ventajas con las que cuenta el idiolecto aderezado por la nueva Derecha europea, yace en la inesperada simbiosis entre el paradigma cultural adoptado en Occidente y la cosmovisión, esto es la forma de entender el mundo, propagados desde los cenáculos y think-tanks de la Derecha. En este sentido, la ideología modelada en los baluartes de la Derecha cuenta con el impagable espaldarazo de una cultura global que le asegura su buena marcha e imbricación en los resortes de la sociedad moderna. Uno de los puntos más destacados del idiolecto fraguado en estos círculos de la Derecha radica en la importancia otorgada a la actividad económica por encima de cualquier otra actividad humana: el ejercicio de la libertad se llevaría a cabo única y exclusivamente a través de la actividad económica. Una sociedad acorazada contra el despotismo de la Izquierda – reza el credo capitalista empleado desde la Derecha- es aquella donde todos los individuos podrían alcanzar la felicidad absoluta – o relativa- gracias al laboreo esforzado, los tejemanejes del mercado y la buena salud de la economía nacional. Estas son las tres claves principales del armatoste ideológico de la nueva Derecha, conjugadas, atendiendo a las necesidades de cada territorio, con temas de diferente envergadura que van desde el terrorismo, a la seguridad y la inmigración. Todos absolutamente todos, desde el zapatero remendón hasta el hijo de un importante mecenas empresarial, gozarían del inestimable trampolín económico para hacer realidad sus sueños y alcanzar la ansiada felicidad. La búsqueda del interés individual, en este caso concreto, nos dicen, se trastocaría en el bienestar general, según relataba Mandeville en su famosa fábula de las abejas.
Aunque la realidad no deja de ser muy otra de aquella promulgada por el morboso idealismo de la Derecha, a principios de los años 80 la fábula de Mandeville parecía tomar cuerpo en un Occidente inseminado con el pérfido way of life importado de las Américas y sazonado con la aparatosa opulencia y crecimiento de una sociedad engatusada por los destellos cegadores del boom económico. Esta coyuntura económico-social propiciaría, a la postre, la lenta cristalización de una estructura social emponzoñada con las taimadas zalemas de un pseudo-desarrollo económico pregonada desde las altas esferas de esa Derecha cosmopolita aliada con los agentes económicos portavoces del exuberante enriquecimiento europeo. Las condiciones sociales fraguadas tras la implosión de la bienvenida prosperidad europea y el continuo desgaste de una Izquierda de capa caída, le vendrían pintiparadas a esta Neo-derecha.
De la noche a la mañana, la imagen de la Izquierda comenzaría a destilar un tufillo rancio, un efluvio de anacronismo y antigualla que desde muchos sectores de la sociedad no dudarían en equiparar a la fragancia de una retrógrada ideología incapaz de adaptarse a los aires de la modernidad porque se hallaba anclada en el pasado y tan sólo constituía un pesado lastre para el despegue económico y desarrollo de la sociedad. A falta de un discurso coherente elaborado conjuntamente desde la Izquierda, ésta decidiría tomar el camino más fácil: adherirse al gran poder económico manteniendo intacto el marbete de la lucha por la libertad, el socialismo, la pluralidad y los derechos. Entretanto, mientras la Izquierda trataba de ofrecer una imagen en consonancia con el nuevo orden mundial que le llevaría a perder definitivamente sus señas de identidad, la Derecha sabría arreglárselas a las mil maravillas en su conversión al cosmopolitismo neoliberal. Los años 90 y la llegada del nuevo milenio no nos han dejado resquicio para la duda: la Derecha se rehace y asume su papel de fiel escudero de los todopoderosos mecenas del mercado a la par que la Izquierda vive sumida en una crisis sin precedentes desde la época de las Luces. El nuevo siglo nos hará asimismo partícipes de la remodelación, o en otras palabras, desintegración de aquella Izquierda crítica y combativa a favor de otra Izquierda constreñida, amancebada, carente de ideas y embreñada entre las luengas y pobladas haldas del Único, Omnipresente y Omnipotente Fátum de los destinos humanos: el engranaje del poder monetario internacional.
Esta paulatina desaparición de una Izquierda combativa, ahora asimilada a la ideología mercantilista, llevaría a muchos analistas contemporáneos, como el señor Francis Fukuyama, a proclamar el Fin de la Historia porque ésta habría tocado su techo natural una vez se produjese esta adecuación entre democracia y neoliberalismo. La paralización de la dialéctica hegeliana daba buena muestra de ello. Desde el mismo momento en que se aniquilaba el contrapeso equilibrador de la Izquierda en el terreno transformador de la ideología, el progreso, la evolución y con ello la Historia habrían llegado a su fin. En ese momento el devenir se recubriría de una grisácea monotonía, un fatalismo concitado por las escasas o nulas esperanzas de cambio y modificación. Tan sólo restaba mirar hacia otro lado y dejar pasar el tiempo. Con todo, la Historia continúa su andadura y la imposición de un pensamiento único en pro de una Derecha viviendo una etapa dorada, no sólo se deja sentir en el lisérgica, fascinadora y turbia dialéctica hegeliana mentada por Fukuyama, sino también en algunos fenómenos muchos más cercanos, tangibles y palpables. Por ejemplo si atendemos al debilitado modelo de la democracia multicultural vemos como éste ha sido recientemente ninguneado – debido a esa carencia de un efectivo contrapeso político- a tenor de una crisis económica que ha dejado entrever quién mueve los hilos del mundo y quienes, a pesar de las urnas, manejan los asuntos del Estado. Pero esto no es todo, a día de hoy incluso se pone en duda la legitimidad dimanada de los procesos electorales habida cuenta de una elevada tasa de abstención que no hace sino trocar la llamada voluntad general en la voluntad de una minoría con intereses propios allende lo meramente político. Cabría tratar el fenómeno de la abstención – aprovechado por la Derecha para hacerse con el control de algunos estados- con mucho más tiento y atención, pero, en definitiva, esto no parece a priori sino una consecuencia directa de la creciente desafección de la ciudadanía hacia aquellos que se suponen deberían gobernarnos y a posteriori un síntoma patente de aquel tipo de dominación suave predecida con admirable anticipación por el genio indiscutible de Tocqueville en De la démocratie en Amérique,
[…] si el despotismo llegase a establecerse entre las naciones democráticas de nuestro tiempo…éste sería más distendido y suave, al tiempo que degradaría mucho más a los hombres sin atormentarlos.
Con todo, no dejemos que este nuevo Leviatán promovido desde la Derecha nos persuada con sus promesas y requiebros, sin antes tratar de disponer nuevamente las fichas sobre un tablero dominado por el genio avieso de un habilidoso ajedrecista cobijado entre los bastidores del teatro democrático.
No hay comentarios:
Publicar un comentario