El tren que parte del aeropuerto de Pisa en dirección a Florencia, se detiene en la concurrida estación de Santa Maria Novella. A nuestra llegada, una llamativa pancarta exhibida por un animado corrillo de individuos haciendo resonar sus trastos de cocina, nos da la bienvenida. En el lienzo puede leerse L'Italia non è un bordello. Esta viñeta corresponde al pasado 5 de abril de 2011 durante mi última estancia en Florencia. El grupo de individuos congregados en la estación de Santa Maria Novella - ligados al movimiento ciudadano L'Italia non è un bordello- protestaban contra la admisión en el Parlamento italiano de un nuevo decreto de ley urdido por el Gobierno Berlusconi con la intención de arrancar el caso Ruby de manos de la fiscalía de Milán. Una escaramuza política de altos vuelos que como bien señala Michele Ainis es una ley inoportuna en cuanto se convierte en la trigésimo-octava ley “ad personam” de la era Berlusconi (L’Espresso 12 de mayo 2011). A esta maquiavélica disposición del Gobierno Berlusconi, en su recusado debilitamiento de la justicia italiana, se añade la deplorable confesión realizada al presidente estadounidense Barack Obama durante la pasada cumbre del G8 en Deauville (Francia), según la cual Italia está al borde de una dictadura perpetrada por los jueces de izquierda. Ante el gesto impasible del norteamericano, poco acostumbrado a tan efusivos parlamentos en un encuentro entre los mandatarios de los ocho países más ricos del mundo y donde el terror rojo del macarthismo no es sino agua pasada y harina de otro costal, el siempre imprevisible Berlusconi le glosa, echando mano de su cariacontecido trujamán, una de las cuitas que lo trae de cabeza durante los últimos meses: la dictadura del poder judicial vinculado a la izquierda italiana. En un lampo de senilidad que apenas sobrepasaría los veinte segundos, la Italia del primer ministro Berlusconi ejecutaba una desconcertante cabriola hacia un lejano pasado en el que el universo mundo se debatía entre dos cosmovisiones del hombre y la sociedad enfrentadas entre sí: el capitalismo y el comunismo.
Pero este arrebatado lapsus histórico concitado por el pavor ante el casi seguro advenimiento de una “dictadura de la judicatura de izquierdas” que tratará por todos los medios de dilapidar la carrera política del premier italiano y zapar, al mismo tiempo, los fundamentos democráticos de Italia, también lo escuchamos algunos meses atrás – por alguna inefable coincidencia cósmica- en boca de una amiga muy cercana a Berlusconi, la rusa Raisa Skorikina es una persecución de los comunistas contra Silvio – apostrofaba ésta. No es de extrañar que tan alarmante amenaza ponga el santo en el cielo de los más allegados camaradas de Berlusconi que dependen directa o indirectamente de su beneficiosa amistad. Un embrollado círculo de amistades rodeando al carismático premier italiano a sabiendas de su facultad para irradiar un bruñido resplandor dorado que les abrirá no sólo las puertas del Paraíso sino también la de los más granados palazzi milaneses. Todos cuantos hayan sucumbido al halo purificador del primer ministro recibirán su merecida recompensa en forma de suculentas sinecuras, inesperadas nombradías, jugosas prebendas o sugerentes propuestas empresariales rayanas con la delgada línea que las separa de la ilegalidad.
Mas una gran minoría silenciosa en Italia no goza de esa misma fortuna porque la inagotable fuente luminosa de Berlusconi carece de la fuerza suficiente como para teñirlo todo de su color preferido: el dorado. Por ello, a esa parte de la ciudadanía que aún no ha sido abducida por el chisporroteante dorado berlusconiano, se le atragantan las declaraciones realizadas al Presidente Norteamericano. Incluso, este penúltimo desmán del premier ministro no ha sentado nada bien entre las filas de la Liga del Norte principal apoyo del Gobierno Berlusconi en su lucha desaforada contra la Izquierda Italiana. Una Izquierda, recordemos, que se ha alzado victoriosa tras las últimas elecciones regionales, arrebatando al partido de Berlusconi importantes feudos tradicionalmente en poder de la Derecha – tal ha sido el caso de Milán- y poniéndolo contra las cuerdas en aras de las próximas elecciones nacionales. Algunos analíticos italianos ya vaticinan la derrota electoral de Berlusconi, aunque cabría andar con mucho tiento a la hora de especular sobre el futuro del Cavalieri, habida cuenta de su dilatada carrera como estratega político y su control casi absoluto de los resortes y medios de comunicación italianos. Quizás desde una Izquierda que no ha gozado de muy buena prensa durante los últimos quince años – recordemos el fugaz gobierno de Romano Prodi- saben del excelso manual de artimañas empleadas por Berlusconi para resurgir, cual ave fénix, sobre el proscenio político una vez que todos le dan por muerto. Es por ello, que Il Cavalieri no se olvidaría de remachar a Obama tras su ramalazo confesional que había sufrido 31 procesos y había sido absuelto en cada uno de ellos.
Un hueso muy duro de roer y más ahora que se muestra empeñado en impulsar una reforma de la Justicia. Embreñado en este nuevo frente abierto desde la eclosión del escándalo Ruby y el lirondo bunga-bunga, el primer ministro italiano está decidido a poner en marcha toda una serie de medidas legislativas que le permitan salvar a Italia de la “casi dictadura de los jueces de izquierda” ¡No es esa labor de poca monta! El celo inigualable del septuagenario premier italiano ungido para liberar a Italia de la temida confabulación judicial parece venirle asimismo como anillo al dedo para guardarse las espaldas si, dado el caso, se viese obligado a abandonar su cargo de primer ministro italiano y por tanto pudiera volver a ser imputado de las decenas de causas judiciales pendientes, que no han podido entretanto ejecutarse debido a la inmunidad política de la que goza como primer ministro. Seguro que Berlusconi ya habrá tanteado el terreno al considerar que una vez dejase las riendas del Gobierno se las vería con la Justicia italiana. Para evitarlo lo más adecuado sería emprender una reforma de la Justicia con el pretexto de una fantasmagórica “dictadura de los jueces de izquierda”.
Esta vez, a Berlusconi, le ha salido el tiro por la culata y su maniobra en el G8 ante el presidente norteamericano Barack Obama ha elevado una gran oleada de críticas procedentes de todos los sectores de la sociedad italiana, en especial, el “Sindicato de los Jueces”, cuyo portavoz, Luca Palamara apuntaba que es muy grave que esto haya sucedido en el extranjero y que una institución fundamental sea denigrada delante de un importante jefe del estado (Corriere della sera 27-05-2011) ¿Quién no suscribiría la opinión de Luca Palamara? Uno de los principios fundamentales del Estado Democrático de Derecho reside en la separación de poderes. Cuando uno de estos poderes, como el poder judicial, se pone en entredicho, estamos ante un ataque frontal a la propia idea de Estado de Derecho así como ante una mengua de la balanza de poderes que mantiene en equilibrio el sistema democrático. Semejante desequilibrio en la balanza de poderes podría degenerar en una dictadura encubierta llevada a cabo por un poder legislativo, libre de los impedimentos y sujeciones judiciales necesarias para evitar cualquier tipo de abusos.
España, por su parte, conoce muy bien este asunto relativo a la debilitación del poder judicial a tenor de la pasada inhabilitación del juez Baltasar Garzón acusado de prevaricación gracias a la iniciativa del sindicato Manos Limpias – cuyo máximo dirigente aparece históricamente vinculado a la ultraderecha- y en virtud de una querella de Falange Española y de la J.O.N.S, ésta última apartada del proceso por razones formales. A todas luces la decisión de apartar al señor Garzón de sus funciones judiciales debido a sus incursiones en el espinoso tema de la regeneración de la memoria histórica de las víctimas de la Guerra Civil y el Franquismo, es tan discutible como sorprendente. Más aún si tenemos en cuenta que las disquisiciones jurídicas del señor Garzón se basaban particularmente en la consideración de que las desapariciones forzadas y los asesinatos masivos constituyen un crimen de lesa humanidad – según avala la doctrina penal emanada de las leyes de Nüremberg- el cual no se encuentra tipificado en nuestra furtiva ley de Amnistía aprobada en 1977. Una ley que en su primer artículo reza lo siguiente: Quedan amnistiados: a) Todos los actos de intencionalidad política, cualesquiera que fuese su resultado, tipificados como delitos y faltas realizadas con anterioridad al día quince de diciembre de mil novecientos setenta y seis (B.O.E. 17 octubre 1977 p. 227) ¡Bendita Transición que tan cara la vendimos! De un plumazo se barre todo nuestro pasado. Aquello acaecido con anterioridad al quince de diciembre de 1976 se quedará en una tierra de nadie y fuera del alcance de la ley. Pero dejemos, este turbio asunto para otro momento y volvamos de nuevo a la Italia del poeta Dante que con muchos siglos de antelación quizás ya entrevió, en un arrobo de visionario místico, el oscuro avenir de su querida patria en manos de algún Berlusconi anticipado:
Ahí serva Italia, di dolore ostello,
nave senza nocchiere in gran tempesta,
non donna di provincie, ma bordello!
(Purgatorio, VI)
Sea bordello o casino, Italia contiende contra el canto pronosticado de Dante y vuelve a ver la luz al fondo del pasillo después de demasiados años de indecoroso Berlusconismo. Tras la debacle del premier italiano en las elecciones regionales, no quedará sino atender que las urnas ratifiquen los nuevos vientos alisios oreando el paisaje político italiano y pidiendo a gritos la transformación de su anquilosado sistema pseudo-democrático horneado a imagen y semejanza de un habilidoso demiurgo como Silvio Berlusconi.
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