Andreu
Nin fue una de las figuras más relevantes de la izquierda
revolucionaria española en el primer tercio del siglo XX. El 14 de
Enero de 1930 dió a conocer unas reflexiones acerca de la crisis que
el pronunciamiento de las
juntas de defensa del ejército dirigidas por Miguel Primo de
Rivera supuso para la monarquía; Alfonso XIII era regente.
Andreu
Nin se servía de las teorías de “la lutte de classes”,
el marxismo y el leninismo para organizar la lucha política en
nuestro país. Concordando con su análisis podemos decir que la
situación social de España era de crisis permanente en cada uno de
sus aspectos. Primo de Rivera había conseguido el respaldo de su
ejército para tomar un poder que la monarquía cedería
provisionalmente. Las instituciones del estado eran inservibles
debido al período conocido en España como “Restauración
borbónica”, cuando el
bipartidismo causó mayoritaria presencia del político y funcionario
parásito, destructor del progreso, impedimenta para el trabajador,
óbice para la inteligencia y propagador de hastío y enojo en las
relaciones sociales, además la crisis de la economía era la
realidad en 1930.
Parece ser que los distintos grupos sociales tuvieron motivos para
permanecer a la espectativa en el proceso que llevó a Primo de
Rivera al poder. Los industriales catalanes fueron los primeros en
dar apoyo público al dictador, el miedo a la clase obrera escudado
en la lucha contra grupos terroristas que se dirigían de forma
corrupta eran el motivo de su apoyo. Los propietarios latifundistas
que poseían vastas porciones del estado eran una inagotable fuente
de podredumbre, sus estilos de vida anquilosados les hacía luchar
enérgicamente por no reformar en lo más mínimo un sistema de
producción basado en no pensar acerca de la optimización de la
fuerza del trabajo y la introducción de aperos que posibilitaran
nuevas formas de explotación agrícola. En España no había
sucedido ninguna revolución burguesa, los movimientos estudiantiles
actuaban débil y perentoriamente y por consiguiente, la pequeña
burguesía urbana era una clase amorfa. La situación de los
movimientos obreros era de derrota. Tal y como afirma el propio
Andreu Nin, la clase obrera estaba agotada tras un largo período de
luchas en la que todo el peso de la capacidad del Estado para usar de
la violencia había caído sobre ellos.
La cuestión acerca de la cual me tomo la libertad de divagar es la
concerniente al establecimiento del equilibrio de poder en la cultura
política española. El autor argumenta elocuentemente en favor de
considerar la ascensión de Primo de Rivera como “un simple
pronunciamiento”, y en afirmar que fue posible a causa de “la
impotencia de las organizaciones obreras, en la ausencia de grupos
políticos organizados […] en la apatía general del país...”
Lo fundamental de este tipo de situaciones de grave crisis en
España estriba en que aún todavía los distintos sectores con peso
social mencionados, perjudicados por la crisis, prefieren mantener el
orden establecido y esperar de forma pasiva a que la ruina le toque
al vecino pero no a ellos.
De este modo las salidas políticas de aquella asfixiante situación
se presentaban como un cálculo de probabilidades bien cerrado a las
voluntades y retenes de los distintos sectores de poder: Una
propuesta pacífica para la época hubiera sido un pacto entre,
latifundistas, industriales, ejército y corona, que diera cierto
margen al partido socialista y una carta de derechos a las clases
pobres que les llevara al acomodo y al cese de la lucha de clases.
Frente a esto, Andreu Nin defendía la salida de la revolución
social que vino parcialmente con la República (1931) de la que hoy
conmemoramos su octuagésimo segundo aniversario y una revolución
fascista (1936) llevada a cabo con éxito y que fue capaz de aplazar
los problemas mediante la violencia. Tras cuarenta años de dictadura
finalmente llegamos a eso que llamamos transición, cuando se
volvieron a jugar las cartas y los sectores del poder económico más
la monarquía y el ejército dieron un acuerdo que a los socialistas
gustó en demasía y el juego de la democracia tornó a sus antiguas
formas propias del estado español, para así devolvernos a nuestro
estado de crisis y decadencia del que muchos dirán que nunca debimos
salir.