8 abr 2010

¿LA CIENCIA INCUESTIONABLE?


Ciencia, paciencia, conciencia. O sin ella.

Vivimos en el mundo inmersos en un tiempo de verdades irrefutables, como todos. Con miedos, anhelos y melancolías propios del rastro que dejan nuestros días, y que dejaron los de nuestros ancestros; días tenues, pasajeros, empapados de recuerdos y chorreando proyecciones deseadas, temidas, esperadas.

La ciencia no es capaz de medir más allá de lo que cree conocer, por tanto su conocimiento no puede ser total, y si no es total, es parcial, de forma que condicionará, como cualquier otra creencia de tipo mítico-religiosa, la forma de entender el mundo sin aproximarse a la VERDAD. Y como las demás creencias verá la propia como la auténtica, la verdaderamente REAL. Cierto es que la ciencia comenzó en el Paleolítico, o antes, con la aparición del Homo sapiens o con los primeros organismos básicos; o incluso antes, a la luz de no se sabe qué oscuridad traspasada por sabe quién qué. ¿Qué, cómo, por qué?

Por ello mismo, al escapársenos de la mano el verdadero CONOCIMIENTO, eso inalcanzable por cuanta inmensidad desbordada a sí misma, aquello por cuanto que es un concepto, una idea también abstracta dentro de una insignificancia que lo anula (1 / \infty = 0 , basándonos en un lenguaje científico), no puede hacer sino que esa verdad aplicable a su entorno más próximo (sin tener en cuenta que esa proximidad queda reducida a la nada, en dimensiones impensables, pues si fueran pensables bien se hubiera podido alcanzar el CONOCIMIENTO, y entonces…¿acaso no seríamos eternos?) esté únicamente fijando su atención en el plano de la realidad que puede llegar a creer comprender.

Los médicos, los arquitectos, aplican su conocimiento específico, que les permite anticipar resultados, producto de la aceleración de la tecnología, vista ésta como enmarcada en un proceso de acumulación (atendiendo en este caso a las ciencias, incluida la histórica). En cualquier caso, la medicina, la arquitectura, no son más que remedios a una desventura venturosa de inicios hipotéticos. Es cierto que cada persona, en sí misma y para lo que su ego como ser humano le permite, ha llegado a controlar los fenómenos naturales de forma importante: experimenta, ensayo y error abren la senda de nuevas explicaciones comprobadas racionalmente.

Ansia de conocer, la creatividad: atributos humanos. Yo no reniego tajantemente de la ciencia, pero sí creo que debiera subestimársela en mayor grado, en cuanto conocimiento parcial ,dada la efimeridad de nuestros días, de nuestra historia, de nuestra percepción.

De cualquier modo, no se tratará de entrar a analizar los valores adjuntos a ese conocimiento incompleto dentro de un CONOCIMIENTO desconocido, sino de mostrar una postura crítica con respecto a la presunta irrefutabilidad de la ciencia; hay que tener en cuenta que una vez demostrada su endeblez, los valores se amontonarán sin remedio sobre sus futuros escombros. En cualquier caso…¿La ciencia imparcial?¿No sabe lo que se debe hacer con su conocimiento? Ciertas soluciones son claras, lógicas: si no las tomas, eres un loco, desviado, un hereje que no va a misa los domingos y a causa del cual sólo el cura sabe cuán pecadoras viven en el pueblo. Claro está que con ella se pueden construir bombas atómicas, y hospitales: vida y muerte se entrecruzan, dialogando conceptos desterrados, deshumanizados, desconocidos. Sólo el poder activa con la ciencia el mecanismo de destrucción, o creación. Quizás los artefactos del Paleolítico Superior no fueran detentados por ningún tipo de élite, y la Iglesia quemara más que el sol cuando Copérnico soñó despierto: pero 4 · 6 = 24, como los millones de pesos que gana al año el presidente de Bimbo. Las matemáticas como forma de medir, y de contar: talones, galones, platones; los árboles son verdes, y si no acudiremos al oftalmólogo.

Está comprobada una gripe, y la remediamos sin problemas. Sentimos dolor, y placer, lo que nos recuerda que estamos vivos, y que esa vida(de significado profundo improbable) es exigua (esto es una valoración mía). Evitar el dolor, encontrar el placer: estos mismos conceptos, desgranados, pueden constituirlo todo para nosotros, o para nuestros ancestros; incluso se podrían establecer paralelismos con el resto de seres vivos. Diagnosticamos enfermedades, hacemos operaciones quirúrgicas y nuestros (sus) laboratorios proceden a la fabricación en masa de medicamentos de eficacia probada: una muestra que nos convence, dadas las estructuras cognitivas que poseemos, como nos hubiera convencido un rito de los Azande (irremediablemente ,todos/as mortales).

Pero que nos convenza (la esperanza de vida ha aumentado) o no (la cantidad de tiempo libre ha disminuido) ,no deja de ser algo que está por debajo de aspiraciones realmente serias y superiores (quizás no se vea de la misma manera si se disponen a hacernos un trasplante de corazón, porque sólo nos tenemos a nosotros/as, y generalmente dan miedo los precipicios abismales, pero aún así nuestro tránsito viene a ser el producto de especulaciones que se especulan a sí mismas). Quizás aspiraciones tan borrosas que sólo se podrían vislumbrar ciertos matices, destellos embarrados, pues es posible que nuestra limitación como seres humanos nos impida argüir bases realmente sólidas de nada. No por ello desechables; mucho menos irrefutables. Algo distinto es que, admitiéndonos personas, animales, y dado nuestro contexto histórico concreto y nuestra cultura, pensemos que la ciencia es un conocimiento objetivo: los planetas se mueven, tenemos sismógrafos y predecimos desastres naturales. Este tipo de conocimiento alarga nuestra supervivencia (vivimos más) y, paradójicamente, acelera nuestra destrucción (viviremos menos); también da estabilidad y significado a nuestra vida, a nuestra sociedad, a nuestro mundo.

Aceptamos la gravedad, y la electricidad ilumina nuestras noches más insomnes. Nada más, y nada menos: pero nada más. Morir con certezas no es más que morir sin ellas. Vida y muerte de nuevo entretejidas en un mundo de significaciones: universos simbólicos galopando por consciencias, huérfanas en cuanto que consciencias. Es muerte, y para cada persona lo es todo; para su sociedad es quizás importante; para el universo, incluso reseñable; para la VERDAD, que implica el CONOCIMIENTO, no es nada. Sobre esa base, todo conocimiento especulativo podría ser defendido con la misma intensidad: unos pensamientos podrán volar en un robusto Boeing 747 y otros sobre suaves alas de mariposa despistada. Lo cierto es que no es importante, como mucho será diferente, antes de dejar de ser (al menos como hasta el momento) lo que no quiere decir que yo, siendo consciente de eso, tenga o deje de tener una postura crítica utilizando parámetros mentales, dada mi sumersión en la civilización actual y utilizando los mecanismos que tanto mi cultura como mi condición de ser humano me brindan.

¿Será inevitable, pues, que teniendo el telencéfalo superior altamente desarrollado no podamos cuestionar ciertas verdades objetivas establecidas científicamente?¿Es cierto el desencantamiento del mundo? Dejemos de buscar, ya encontramos la gruta: tras ella, los tesoros: tan inmensos como inabarcables, tan diminutos que resultan imperceptibles. El encantamiento sigue, por cuanto autoexploración inacabada, por cuanto humanos potencialmente limitados. Mandamos(mandan) satélites a navegar las olas del espacio, y el universo se expande, dicen , cual paleta derretida. Me muevo en camión, y tengo verduras transgénicas en el refrigerados; también me sacaron dos muelas del juicio sin dolor. Pero no es más que eso posibilidades (antes remotas, impensables) explotadas en nuestra interpretación de la realidad, bajo nuestra percepción: la ciencia del tigre no es menor, ni mayor: “venceréis, pero no convenceréis”, comentaba con sus sables afilados.


¿Y después de la ciencia qué? ¿La CIENCIA? ¿La blablebli? ¿El estruendo? Lo único que está claro es la noche. Hasta entonces, aceptaremos impávidos su hegemonía, dóciles, cautivos, y aferrados a su emergente tronco, que fluye por las embravecidas aguas arrojadas por el río del devenir; un río de momentos dulces y tiernos, inquietantes y salvajemente esperanzados.

En definitiva, creo en la ciencia en cuanto aplicable a nuestra realidad en la mayoría de los casos, pero no creo que de sus fenómenos se puedan hacer LEYES, sino leyes, lo que implica una subjetividad tal que lo encuadra, panópticamente, en el conjunto de las demás explicaciones de carácter no empírico, aplicables sólo a lo que creemos conocer: porque creer conocer es una cosa, y CONOCER es otra diferente.

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