El funcionamiento del sistema educativo, la conflictividad en las aulas, el fracaso escolar, son temas recurrentes en los medios de comunicación, habitualmente tratados desde un prisma casi apocalíptico.
La escuela como institución de control o de reproducción social ha sido ampliamente estudiada por autores como Foucault y Bourdieu, quien considera que “la importancia del conocimiento institucionalizado y los títulos radica en la exclusión social más que en un progreso técnico o humanístico. Legitiman y reproducen una sociedad de clases”.
Ya sea como un instrumento de reproducción de un orden social injusto o como mecanismo de creación de conocimiento y liberación de potencialidades intelectuales la importancia del sistema educativo en nuestra sociedad es indiscutible.
Según datos de la OCDE el porcentaje de españoles con titulación universitaria, un 28%, está por encima de la media de la UE (24%) y de la propia OCDE (27%), sin embargo el 50% de nuestra población no ha completado más que los estudios básicos y tan sólo el 21% posee un título de educación secundaria o formación profesional, si bien estas cifras mejoran mucho entre la población más joven.
Estos datos junto a los decepcionantes resultados de los famosos informes PISA nos obligan a fijarnos en la reducción del gasto en educación con respecto al PIB que ha bajado del 4,6% de 1995 al 4,2% de 2005 frente al 5,4% de media de la OCDE. Sumada esta reducción a un contexto de “incremento de los conciertos con centros privados en la última década”.
